Este no es un texto para fans

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Proceso
08/07/2021

En 1975, a propósito de los diez años de la Universidad, Ignacio Ellacuría señaló que el error más grande de las universidades en América Latina era el de responder a una estructura social que demandaba de la educación neutralidad y atemporalidad, es decir, una mirada despojada de la historia.

Al poder, en general, y al poder absoluto, le suele molestar la puesta en historia de los acontecimientos. Es la perspectiva histórica la que nos permite ver los rasgos comunes entre un dictador como Maximiliano Hernández Martínez y los presidentes que han gobernado a El Salvador en años recientes. En perspectiva histórica, Daniel Ortega tiene pocas diferencias con Somoza y  la corrupción no es una prerrogativa de partido, sino de la incapacidad social para exigir y rendir cuentas.

El problema viene cuando la universidad asume su verdadero rol, y hace notar todas las contradicciones del poder. Y como si esto no fuera suficiente, nos susurra al oído: “todos los poderes son efímeros, todos se terminan, se diluyen, acaban”. Ningún poder resiste la puesta en historia, hasta las más milenarias dinastías dan paso luego a nuevas propuestas.

Las universidades, las academias, los centros de investigación son espacios en donde se busca la verdad con disciplina y compromiso. La gran mayoría de los académicos suelen tener por lo menos 25 años de formación, de lectura, de debate. Su trabajo es un proyecto de larga duración. No se trata de sacar un informe de un mes, o de lanzar un plan para un año, ni siquiera de escribir un libro. Se trata de entender cómo los procesos sociales se transforman. El objetivo consiste en buscar las causas de las reacciones físicas. Se trata de construir mapas del universo conocido para vivir en él de forma más humana. Este tipo de pensamiento ha sido llamado por muchos “el pensamiento catedral”.

La idea del pensamiento catedral toma su nombre de la planificación de las catedrales durante la Edad Media. Se trata de proyectos de tan largo plazo que cuando los planificamos, sabemos que una vida entera no alcanzará a ver los resultados. ¿Cómo se planifica a cien años? De eso algo saben las universidades, instituciones en muchos casos centenarias, como sucede con la Universidad de El Salvador en nuestro país.

Cuando los académicos ejercitamos el pensamiento catedral, no estamos señalando los problemas que el ejercicio desmedido del poder traen hoy y ya. En lo que estamos insistiendo es que cada acción puede traer consecuencias inesperadas y que deberíamos ejercitar el pensamiento crítico y la imaginación para protegernos de manera colectiva, comunitaria. Pero al poder esto suele molestarle. Al poder y a sus fans.

Por eso les gustaría que las universidades y los centros de pensamiento cerraran. Que no exista lugar para el pensamiento crítico. Que los ciudadanos ya no existan, que nadie reclame un derecho que no quieren, por su gracia, otorgar. Que solo queden los fans, los que asienten, los que retuitean, comparten, dan like y encorazonan.

Los que preguntan, los que disienten, los que contestan son desagradables siempre. Hay que destruir su reputación. Tienen que ser etiquetados, controlados, reprimidos, expulsados del paraíso y devueltos a la sombra. No es este un hecho exclusivamente salvadoreño. Ni siquiera centroamericano. Hace ya veinte años, el jamaiquino, Stuart Hall, insistía en que la academia tenía la maravillosa capacidad de transmitir el conocimiento a las generaciones futuras y que uno debía “defender esta arena de pensamiento crítico—sobre todo en estos días cuando está bajo el ataque desde tantos ámbitos—con la vida misma de uno”. En El Salvador tenemos muchos ejemplos de académicos que defendieron el pensamiento crítico con su vida.

Muchos académicos fueron señalados, perseguidos, cuestionados una y otra vez por el poder, por incómodos, por críticos porque no ceden, por tercos. Pero el pensamiento catedral pervive. El llamado a la desobediencia civil, que Henry David Thoreau sistematizó es, en realidad, tan viejo, como la misma historia de la humanidad.

Los gobiernos pasan y el pensamiento queda. Podrán cerrar las universidades, pero la luz del pensamiento continuará, las palabras que Ellacuría escribió en 1975 continúan mostrándonos el camino: “sigue siendo hora de trabajar por un robustecimiento de la conciencia colectiva. ( ) Sigue siendo hora de hacer todo lo posible para que no vuelva a repetirse este escandaloso, vergonzoso, injusto a sus órdenes, mi capital”. Esta no es una reflexión dirigida entonces para los fans del poder. Es una reflexión para quienes aman la ciencia, para quienes se emocionan ante un descubrimiento, para aquellas y aquellos que buscan mirar más allá de lo evidente. Es con ellos el compromiso y con ellos caminamos en el tiempo de sembrar y en el tiempo de recoger la cosecha.

 

* Artículo publicado en Proceso N.° 52.

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