Es ampliamente reconocido que la mayor parte de la ciudadanía de El Salvador, país conocido históricamente por su larga historia de pobreza, polarización y violencia política, apoya y confía en su actual presidente, Nayib Bukele. En tres años de gobierno, el presidente Bukele ha desmantelado sistemáticamente la incipiente democracia del país en un esfuerzo por concentrar el poder, ha polarizado a una sociedad aún traumatizada por décadas de conflicto social y guerra civil, ha tolerado altos niveles de corrupción y para ello ha eliminado garantías legales claves en el tema de transparencia, sin demostrar una visión y un plan para el desarrollo de la nación. Sumado a esto, las persistentes acusaciones de organismos nacionales e internacionales apuntan a la violación sistemática de los derechos humanos más básicos de la ciudadanía.
No obstante, el sentimiento público se inclina claramente a favor del presidente, cuando no de todo su gobierno. Las encuestas de opinión pública realizadas por respetados medios de comunicación e instituciones académicas como la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), muestran un índice de aprobación cercano al 90% entre la población general y muchos piden que Bukele busque la reelección en las elecciones presidenciales en 2024, a pesar de que esto es una clara violación de la Constitución.
Durante su campaña presidencial y en los meses siguientes, Bukele ha prometido consistentemente mejoras en salud, educación, vivienda, infraestructura, empleos, inflación, medio ambiente (especialmente agua), deuda externa, crimen y violencia de pandillas. Sin embargo, las únicas señales físicas de avances hacia esta nueva realidad permanecen en forma de imágenes digitales (renders), por ejemplo, modernas autopistas que atraviesan tierras exquisitamente boscosas, un moderno tren que sale de una estación limpia y ordenada transportando a ciudadanos del puerto sureño de Acajutla a San Salvador, un bypass en la sección más peligrosa de la carretera Panamericana a través del paso de montaña conocido como Los Chorros, escenas de playa ordenadas llenas de turistas felices y carreteras con ciclovías, hoteles y restaurantes de lujo en “Surf City ”.
Mientras que el actual presidente derrocha millones en la compra de bitcoins que siguen perdiendo valor en el imprevisible mercado internacional, el hospital público más importante del país, que atiende a las personas más pobres de El Salvador, sufre de escasez crónica de espacio, equipo, medicamentos, personal y la falta de una estructura adecuada. De igual forma, la Universidad de El Salvador (UES), la esperanza para la educación superior de los pobres, sigue esperando más de 20 millones de dólares de su presupuesto anual a nueve meses de iniciado el año,mientras el Gobierno prioriza programas de reclutamiento y fortalecimiento de las fuerzas armadas (en un país sin enemigos externos) y policiales. Según líderes sindicales de los gremios de docentes, las escuelas primarias de todo el país aún no han recibido su presupuesto anual para pagar agua, luz, mantenimiento, equipos y libros a tres mese de que finalice el año escolar. Todo ello a pesar de que el presidente Bukele anunció recientemente con bombos y platillos el lanzamiento de un nuevo programa llamado “Mi Nueva Escuela” en el que ha prometido reparar y reconstruir 5000 escuelas primarias en los próximos cinco años. Por otro lado, frente a una crisis hídrica que amenaza la viabilidad y el futuro de El Salvador, el Gobierno de Bukele continúa permitiendo la sobreexplotación y contaminación del agua por parte de las grandes empresas. Junto a todo esto, Bukele y su Asamblea Legislativa han llevado al país a niveles de endeudamiento nunca antes vistos.
El área donde el Gobierno ha estado más activo y donde ha ganado un amplio apoyo social en los últimos meses es en su “guerra” contra el crimen. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos a nivel nacional e internacional cuestionan las tácticas aplicadas para enfrentar los preocupantes niveles de violencia de las pandillas en el país. Muchos argumentan que la complejidad de este tema requiere una estrategia integral diseñada para ofrecer oportunidades laborales y de educación a los jóvenes, la reinserción de los pandilleros a la sociedad y que sea, a su vez, efectiva en el combate de la delincuencia. No obstante, el Gobierno ha centrado toda su atención en la represión y ha encarcelado en los últimos meses a más de 50 mil personas, especialmente a jóvenes provenientes de las comunidades urbanas y rurales más pobres de El Salvador, a quienes se les ha negado sistemáticamente el debido proceso, mientras se exponen a sentencias de cárcel de hasta 30 años. En muchos de estos casos, no existen pruebas de que estas personas detenidas tengan vínculos con las pandillas. Pese a ello, el apoyo del pueblo hacia el Gobierno se mantiene firme.
¿Cómo es posible que un presidente que ha hecho tan poco por las mayorías pobres de El Salvador y que es percibido cada vez más a nivel internacional como un violador de derechos humanos sea visto de manera tan positiva por la población en general?
Dar respuesta a esta pregunta es un tema complejo pues hay que considerar varias aristas. Muchas de estas aristas tienen que ver con percepciones, sensaciones y la captura de las mentes y corazones de la mayoría de la población. Es claro que la enorme popularidad y apoyo hacia el presidente Bukele surge, en parte, a raíz de los errores y pecados (de acción y omisión) de los gobiernos anteriores. Veinte años del partido Arena en donde se priorizaron los intereses de las grandes empresas y de la oligarquía tradicional trajeron poco desarrollo al país y poco alivio para los pobres de El Salvador. Diez años de gobierno del FMLN solo demostraron que el heroísmo y el empeño por superar décadas de dictadura e intervención extranjera no se traducen automáticamente en capacidad de gobernar. A través de sus campañas consistentes de odio y división, Nayib Bukele ha convertido a estos partidos y a cualquier crítico en “traidores del pueblo” y “enemigos del Estado”, echándoles la culpa, aun después de tres años de gobierno, por cualquier fracaso o incumplimiento de su propia administración, algo que ha encontrado eco entre la población. Por otro lado, los paquetes de alimentos, insumos agrícolas, transferencias de dinero, la entrega de tablets y equipo informático a estudiantes del sector público y otros programas de corte asistencialista han tenido un enorme impacto en las mentes y corazones de los sectores económica y socialmente vulnerables. Lo anterior ha generado, pues, una sensación de cambio a nivel profundo en las políticas, prácticas y prioridades del Gobierno en estos sectores.
En su libro, Veintiún Lecciones para el siglo XXI, el famoso historiador, Yuval Noah Harari, nos ofrece una serie de elementos adicionales y lecciones importantes sobre los métodos modernos de control y convencimiento de la ciudadanía, especialmente en gobiernos autoritarios. Los desafíos que plantea para la democracia liberal son aplicables a la situación actual de El Salvador.
En los primeros capítulos de su libro, Harari establece su precepto central de que “…las elecciones y los referéndums no se tratan de lo que pensamos. Se tratan de lo que sentimos…” Es decir, se tratan de lo que pasa en el corazón de la población. Si aceptamos esta distinción, es claro que, en países como El Salvador, políticos interesados ??en influir o persuadir a la población priorizarán lo que pasa en el corazón, en el sentir más que en el pensar.
Harari continúa diciendo que “Esta confianza en el corazón podría resultar ser el talón de Aquiles de la democracia liberal. Por una vez que alguien... obtenga la habilidad tecnológica para ‘hackear’ (piratear) y manipular el corazón humano, la política democrática se transformará en un espectáculo de marionetas emocionales(…)Con suficientes datos biométricos y suficiente poder de cómputo, los sistemas de procesamiento de datos externos pueden ‘jaquear’ todos sus deseos, decisiones y opiniones. Ellos pueden saber exactamente quién eres(…)A medida que los gobiernos y las corporaciones logren ‘jaquear’ el sistema operativo humano, estaremos expuestos a un aluvión de manipulación, publicidad y propaganda guiadas con precisión. Puede llegar a ser tan fácil manipular nuestras opiniones y emociones que nos veamos obligados a confiar en algoritmos de la misma manera que un piloto que sufre un ataque de vértigo debe ignorar lo que le dicen sus propios sentidos y poner toda su confianza en la maquinaria.
A medida que los algoritmos lleguen a conocernos tan bien, los gobiernos autoritarios podrían obtener un control absoluto sobre sus ciudadanos, incluso más que en la Alemania nazi, y la resistencia a tales regímenes podría ser completamente imposible. El régimen no solo sabrá exactamente cómo te sientes, sino que podría hacerte sentir lo que quiera. Es posible que el dictador no pueda brindar la buena salud o igualdad a los ciudadanos, pero podría hacer que lo amen a él y que odien a sus oponentes. La democracia en su forma actual no puede sobrevivir a la fusión de la biotecnología y la infotecnología. O la democracia se reinventará con éxito en una forma radicalmente nueva o los humanos vivirán en "dictaduras digitales". (Traducción libre).
Nayib Bukele vive en el mundo digital. En su primera visita a la ONU, luego de tomarse una selfie frente a la Asamblea General que luego compartió en sus redes sociales, propuso que todas las futuras reuniones de este organismo sean digitales y sugirió que los seres humanos ya no necesitamos reunirnos cara a cara para resolver nuestras diferencias y planificar nuestro futuro. En los primeros meses de su presidencia, usó Twitter para despedir ilegalmente a miles de trabajadores de gobiernos anteriores (líderes sindicales acusan a Bukele de haber despedido más de 15,000 trabajadores). Da órdenes a los miembros de su administración y, con una red de simpatizantes, acosa a los opositores a través de Twitter. Según fuentes periodísticas fidedignas, Bukele tiene asesoría de un equipo de extranjeros capacitados en la infotecnología para acumular y sistematizar enormes cantidades de datos sobre la ciudadanía de El Salvador y utilizar esos datos para influir, manipular y controlar a la sociedad a través de millonarias campañas propagandísticas. Por supuesto, para aquellos críticos o enemigos que se niegan a unirse al rebaño, el presidente Bukele tiene ya su ejército y policía bien armados, bien equipados y ferozmente fieles a su persona.
Entonces, ¿De qué estamos hablando realmente cuando hablamos de índices de aprobación para Nayib Bukele? ¿Estamos hablando de las opiniones de una ciudadanía libre e informada, con datos, herramientas y habilidades adecuadas para conocer realidades y evaluar costos vs. beneficios en términos de sus propios intereses estratégicos o estamos hablando de un presidente experto en comunicación y manipulación con los últimos recursos técnicos a su servicio para dar a la población lo que sabe que quiere escuchar? ¿Estamos hablando de un pueblo con conocimientos de conceptos clave relacionados con la buena gobernanza, la democracia, la participación ciudadana, el desarrollo sostenible o estamos hablando del corazón y los sentimientos de una población desesperada, históricamente marginada y desempoderada? ¿Hablamos de una población a la que se le ha privado una educación digna y que se le ha considerado solamente para asegurar mano de obra barata para las empresas de la oligarquía y que ha buscado desesperadamente la más mínima esperanza de que el cambio finalmente ha llegado?
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 103.