La mentira como política del régimen autoritario

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Wilmer Sánchez
17/02/2022

La política es un lugar privilegiado para la mentira afirma Jacques Derrida y para Hanna Arendt las mentiras siempre han sido consideradas como herramientas hasta necesarias para el oficio del político o del demagogo. Ejemplos de esto los tenemos a diario. Es habitual escuchar a políticos afirmando falsedades, pero las falsedades en principio no caen en el concepto clásico de lo que se entiende por mentira, mentira no es el error. Derrida apunta a que se puede estar en error, engañarse sin tratar de engañar, y por consiguiente, sin mentir. No se miente simplemente afirmando lo falso, es posible estar equivocado creyendo que lo que se afirma es verdad. Mentir es querer engañar al otro, incluso diciendo verdad, la mentira no es un hecho o un estado: es el acto intencional de engañar, comenta Derrida.

Al respecto, las comisiones especiales de la Asamblea Legislativa que ha montado el régimen de Bukele dicen pretender buscar  verdad y  justicia, pero en la práctica han sido principalmente una especie de ajusticiamientos y linchamientos públicos, más propios de mafias que de buscadores de verdad. En el caso particular de la comisión que investiga los fondos públicos otorgados a ONG y, en concreto en la sesión en donde se interpeló al rector de la UCA, la actitud de los y las diputadas de manipular, confundir, de mentir, en fin, de destruir, fue evidente.  Y es que el uso de la mentira como herramienta para destruir la reputación de la Universidad es el eco que resonó de dicha comparecencia. 

La mentira además de intención de engaño contiene también intención de destrucción. Para Hanna Arendt la diferencia entre la mentira tradicional y la mentira moderna, en la mayoría de los casos es igual a la diferencia entre ocultamiento y la destrucción. La mentira organizada, comenta Arendt, tiende a destruir lo que se haya decidido anular, no solo los mensajes,  sino también, en no pocos casos,  a los mensajeros. Es ante este tipo de mentira organizada a la que asistimos en el espectáculo montado en las comisiones especiales de la Asamblea Legislativa. Ante la imposibilidad de argumentar, fue manifiesta la intención de destruir  la credibilidad de la UCA a pesar de las evidentes contradicciones de los datos que los mismos diputados manejaban entre manos.

La falacia ad hominem busca precisamente eso: atacar al mensajero cuando no es posible argumentar ante el mensaje. Es en este sentido que, para Arendt, toda mentira contiene un elemento de violencia.  Si los diputados saben la diferencia entre donaciones y fondos ejecutados por un ministerio en coordinación con otras instituciones implementadora , pero insisten en decir “donaciones”, si saben que su “cruzada por la transparencia” se dirige hacia los demás, pero apaña la opacidad de los suyos,  queda manifiesta su voluntad de mentir. No se trata de una confusión, de ignorancia o error, es intención de destruir. 

Por otra parte, la prepotencia con que el régimen se regodea en su voluntad de mentir y de destruir se fundamenta en el amplio respaldo popular que aún tiene a su favor. De hecho,  esto mismo es lo que explicaría la insistencia de los diputados en mentir:  se saben con cheque en blanco ante la mayoría de la población. Bajo este halo de “legitimidad por ser representantes del pueblo” justifican su voluntad de vencer más que de convencer.

He aquí uno de los problemas más complejos de la trama política que atraviesa el país: la mayoría de la población ha confiado plenamente en este Gobierno“para hacer justicia y buscar la verdad”.  Sin embargo, la mentira como violencia, como voluntad de engaño, como arma para destruir, convierte la representatividad del Gobierno y de la Asamblea en un fraude. Fraude porque, aunque aún hay amplia confianza en el régimen,  los “representados” no logran transparentar los gastos de los fondos públicos utilizados en la pandemia y en el bitcoin, los representados no logran contraloría alguna sobre el cada vez más abultado endeudamiento público, no logran transparentar los orígenes de financiamientos de  campañas de sus diputados ni los orígenes  y antecedentes de los asesores del régimen. Sin transparencia, la susodicha representatividad popular en la que se amparan las acciones del régimen se desnaturaliza y se convierte en una mera manipulación. El abuso de confianza del régimen hacia sus “representados” al no consultarles ni rendirles cuentas, en consonancia con su estilo, es también una forma de violencia. Mientras sigan así las cosas, el margen para reivindicar las legítimas demandas de justicia y verdad no tendrá lugar.

Ante estas circunstancias, es cada vez más común escuchar ecos de preguntas sobre qué hacer más allá de la consigna que pregunta cuál es la ruta. Este podría ser un terreno complicado de explorar, pero, en cualquier caso, es útil recordar las palabras de Gramsci que  apuntan hacia pistas importantes: “Instrúyanse porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia; conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo; organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza”. Ciertamente hay mucho por hacer, pero un papel importante en esta coyuntura lo tienen los que se sienten “representados” (incluida mucha parte de la diáspora), que debe exigir, entre otras cosas, transparencia y rendición de cuentas al gobierno que dice representarlos.

 

* Wilmer Sánchez, de la Vicerrectoría de Proyección Social. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 78.

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