El pasado 10 de septiembre se celebró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, y en nuestro país los medios de comunicación mostraron las actividades que se realizan para prevenir este mal social. Sí, el suicidio, el acto íntimo de una persona que decide quitarse su propia vida —ese bien que es por excelencia privado, irrepetible, personal y único— y que parece a todas luces un problema individual, es un asunto social. Esto lo aprendemos desde el primer día quienes estudiamos sociología. Uno de los fundadores de esta disciplina, el francés Émile Durkheim, que vivió a finales del siglo XIX, dio a esta rama del saber el rango de ciencia social gracias a su famoso estudio sobre el suicidio. En su investigación, Durkheim aplicó las herramientas del método científico, demostrando que ese problema personal, al que en general se le considera fruto de la locura o, por lo menos, de enfermedades o trastornos mentales, es en realidad el resultado de estructuras sociales que se imponen sobre el individuo y le conminan a cierto tipo de valores, costumbres y creencias de sí mismo y de su comunidad.
El debate sobre si es la estructura la que determina la conducta o si el individuo es autónomo en su actuar es uno de los dilemas más antiguos en las ciencias sociales. Pese a que existen diversas corrientes teóricas que intentan conciliar ambas perspectivas, el dilema se mantiene: ¿actuamos con independencia de nuestro entorno o las estructuras sociales nos dominan?, ¿elegimos pareja, carrera, maternidad/paternidad de manera autónoma o más bien guiados por las convenciones sociales? Para el caso concreto del suicidio, ¿son los problemas personales los que llevan a una persona a suicidarse o hay sociedades que alientan o desalientan a adoptar estas posturas extremas?
Por supuesto, esos análisis conllevan en sí mismos las propuestas de solución. Si adoptamos la postura de que es un problema personal, la respuesta política será más asistencia psicológica, campañas de salud mental, medicamentos para la depresión, etc. Pero si ponemos el énfasis en la sociedad, pues habrá que buscar qué estructuras sociales son las que determinan el asunto. Desde la perspectiva de Durkheim, es claramente la estructura social la determinante. A riesgo de simplificar en demasía un trabajo realmente serio, cuestionador y vanguardista para su tiempo (como debe ser la sociología), podríamos resumir que Durkheim observó que este acto era más frecuente en ciertos colectivos que en otros, que su ocurrencia no era constante a lo largo de los años en una misma sociedad y que no todos los suicidios eran iguales.
¿A qué se debe este fenómeno? A criterio de Durkheim, y nuevamente simplificando, tiene que ver con los vínculos entre el individuo y su sociedad. De manera muy resumida: a mayor cohesión orgánica entre las personas y su entorno (Estado, comunidad, familia, etc.), menos suicidios. Por esta razón, en las sociedades católicas había menos suicidios que en las protestantes y en las ateas; y en las judías, aún menos que en las católicas. Adicionalmente, las personas casadas se quitaban la vida con menos frecuencia que las solteras. Así, Romeo y Julieta, además de ser íconos del amor romántico, son un buen ejemplo del "suicidio egoísta": ese que se produce por una laxa cohesión orgánica entre las personas y su sociedad, según la categoría de Durkheim.
Por otro lado, la tasa de suicidios es diferente en situaciones de tensión social (en guerra, por ejemplo) que en momentos de estabilidad. Curiosamente, en ciertas culturas, la gente no se suicida más en casos de crisis o guerra. Adicionalmente, el tipo de suicidio era diferente según el colectivo del que se tratase. Específicamente, en sociedades cohesionadas con base en la supremacía del colectivo frente al individuo, es decir, con base en una cohesión mecánica, podemos ver más "suicidios altruistas": la gente no se quita la vida porque su existencia deja de tener sentido o por depresión, sino por pensar que con ello ayuda a su comunidad.
En la generación de esa cohesión social influyen la religión, la cultura, la familia, la identidad de la comunidad y las organizaciones cívicas, entre otros factores sociales. Insistimos: sociales. Por tanto, las propuestas de políticas por este lado del pensamiento van encaminadas a fortalecer los vínculos entre las personas y su sociedad. En términos actuales, habría que involucrar a actores relevantes para generar mecanismos de integración y bienestar con la plena pertenencia social de los individuos. Habría, pues, que generar más ciudadanía; especialmente, más ciudadanía social.
Evidentemente, el análisis de Durkheim puede ser criticado, y sus conclusiones cuestionadas desde otras perspectivas (la de género, por ejemplo). Su estudio se escribió para la Europa de finales del siglo XIX y mucho ha cambiado desde entonces; desde nuevos tipos de suicidio (como el que se produce por imitación o los kamikaze) hasta nuevos elementos de cohesión social más potentes que la religión (los medios de comunicación), así como nuevas formas de establecer identidad comunitaria (maras, redes sociales). De ninguna manera se deberían trasladar las conclusiones de Durkheim a El Salvador del siglo XXI.
La idea de abordar brevemente en estas líneas el suicidio es mostrar, con un ejemplo, que aun los temas que parecen más personales e íntimos tienen un trasfondo social que debe ser buscado y analizado. Por ello, y sin negar que en ciertos tipos de suicidio hay de fondo un problema personal que busca resolverse con la propia muerte y que una buena proporción de las personas que deciden quitarse la vida se encuentra bajo los efectos de una depresión, se requiere de un análisis integral del tema, y eso significa que se deben revisar los enfoques, la metodología, los criterios de observación y análisis que estamos ocupando para entender, explicar y enfrentar el problema. Relegarlo a un asunto privado que se resuelve con terapias psicológicas y con medicamentos, aunque puedan ser necesarios y contribuyan sin duda alguna a mejorar la esperanza de vida de algunas personas, no resuelve el problema social.
De este modo, no pretendemos realizar nuevos aportes para entender este fenómeno. Más bien, hemos aprovechado la coyuntura del Día Mundial para la Prevención del Suicidio para recordar a un clásico de la sociología y su aporte en hacer ver que la tarea de esta disciplina consiste en buscar y explicar "lo social" en los fenómenos de la vida, aunque estos aparezcan como privados. Queremos destacar que se requiere del análisis sociológico para desenmarañar las tendencias sociales que se esconden tras temáticas tan delicadas como la decisión personal de arrancarse el último espacio de propiedad realmente privada e irreductible —la propia vida—, así como otros problemas sociales como la violencia, el embarazo adolescente, el acceso a la justicia, la pobreza y el cambio climático. Asuntos que también urge analizar desde una perspectiva sociológica.