En estos tiempos a mucha gente no le gusta hablar de política, sobre todo en el sentido restringido, es decir, de política partidaria. El cansancio y la decepción por el ejercicio del poder han provocado que mucha gente sea esquiva a hablar sobre el tema. Aunque muchos no se dan cuenta de que guardar silencio acerca de la política ya es una manera de hacerla. Quienes han ejercido la política y han vivido de ella, han hecho que la palabra se asocie a corrupción, suciedad, mentira. En la encuesta de evaluación del año 2021 del Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (Iudop), más de dos tercios de la población (65.2%) expresó no tener partido de preferencia1. A pesar del respaldo mayoritario al presidente, su partido solo obtuvo 27.7% de opiniones favorables.
Sin embargo, a pesar de este desencanto y precisamente por eso, es necesario hablar de política, debatir sobre ella, especialmente en un momento de franca devaluación del ejercicio del poder. El jurista y teórico político alemán, Carl Schmitt, prominente miembro del partido Nazi, escribió prolijamente sobre el ejercicio del poder político. Su libro “El Concepto de lo Político”, publicado originalmente en 1927 y después en 1932, ocupa, para estudiosos de su trabajo como Rafael Agapito, un lugar central para entender los presupuestos que subyacen al pensamiento de Schmitt2.
Ya en aquel tiempo, el teórico alemán consideró que existen en la cultura política y jurídica moderna dos modelos de convivencia civil y de organización social. La primera es la dialéctica amigo - enemigo, que calificó como una cultura violenta, de destrucción del que se considera adversario. Con el enemigo político solo cuenta el exterminio desde el odio y desde la imposibilidad de un entendimiento. Es lo que Schmitt denomina modelo totalitario del enemigo sustancial. Por contrapartida, el otro modelo es el de las sociedades democráticas, liberales y sociales en el que impera la cultura del respeto a la dignidad humana, a la tolerancia, a los valores y principios, al ordenamiento jurídico, a los derechos, a las elecciones libres. Ambos modelos están enfrentados, son incompatibles porque sus concepciones de la individualidad y de la sociedad son antagónicas. En la dialéctica amigo-enemigo la centralidad la tiene la autoridad indiscutible de quien tiene el poder de decisión, el dictador, Y como su estilo es el de “me apoyas o estás contra mí”, toda aquella persona que manifieste su desacuerdo con algún planteamiento del que decide es un enemigo contra el que se incita a la intolerancia y al irrespeto. Por eso este modelo divide a la sociedad entre buenos y malos.
En el segundo modelo la centralidad la tiene la persona como titular de la soberanía. Teóricamente, como dice el artículo 1 de la Constitución de la República, el origen y la finalidad del Estado es el bienestar de la persona. En la lógica amigo-enemigo, con tal de deslegitimar, reducir y eliminar al enemigo, todo se vale. La mentira se vuelve cotidiana en el ejercicio del poder. Después de todo, como dice Hanna Arendt, “hay una innegable afinidad de la mentira con la política”3. A propósito, el trabajo de Arendt es muy iluminador para los tiempos que vivimos. Ella percibió que en la arena política ascendía y triunfaba la mentira4.
Pero lo que nos interesa enfatizar en este breve espacio es que siempre la mezcla de política y odio nunca termina bien y trae consigo resultados dramáticos. El siglo XX nos dejó abundantes ejemplos sobre esto pero, lamentablemente, el desconocimiento de la historia provoca que las desgracias se repitan. La era de la información, con la irrupción de las redes sociales, ha sido escenario para la pauperización del debate político, prácticamente ya inexistente en algunas plataformas. Lo que algunos han llamado “cyber odio” y otros “odialecto” son términos que expresan por sí mismos lo que se destila en el mundo de internet. Pero quienes impulsan la estrategia del odio no lo hacen por capricho, tienen unos objetivos claros: silenciar al otro y, de ser posible, eliminarlo. Por eso probablemente, la población es tolerante al anuncio de la compra de más armas y equipos para combatir al enemigo que merece ser aniquilado. El odio también busca cercenar uno de los derechos fundamentales de la democracia: la libertad de expresión. Discursos que llaman a la violencia y a la agresión son tolerados si son contra los enemigos del régimen, pero a los identificados como contrarios, no se les puede dejar pasar nada.
Una mirada al vacío de contenido que se ventila en muchos espacios de las redes sociales hace inevitable preguntarse ¿A quién beneficia el ejercicio de una política que incluye las fake news y los centros de troles? ¿A quién favorece la desaparición del debate político? A quienes buscan saltarse la auditoría ciudadana y el sistema de controles del ejercicio del poder, para tener luz verde para usar el Estado como si fuera su patrimonio. Por eso necesitan no tener controles, a lo sumo una oposición que en realidad sea inducida y mantenida por ellos para aparentar pluralismo partidario. No hablar de la política y, peor, asumir la consigna smithiana “laessez faire, laissez passer”, nos llevará muy pronto a que, cuando queramos, no se podrá hablar mucho y se hará muy poco.
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Referencias
1. La encuesta completa se puede consultar en https://uca.edu.sv/iudop/wp-content/uploads/Bol.-Eva-de-ano-2021-MOD.pdf
2. Schmitt, C.El Concepto de lo Político, versión de Rafael Agapito, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 12
3. Palabras de Arent citadas por Amalia Quevedo en Sobre verdad y Mentira en el sentido extrapolítico, Lourdes Flamarique y Ediciones Flamarique, Madrid, 2019.
4. José Antonio Robledo Meza, art. La política y la mentira. La mentira como recurso en la guerra de símbolos; revista digital Ángulo, 25 febrero 2022. https://www.angulo7.com.mx/2022/02/25/la-politica-y-la-mentira-la-mentira-como-recurso-en-la-guerra-de-simbolos/
* Omar Serrano, vicerrector de Proyección Social. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 85.