1. La necesidad de la esperanza
Los signos de la desesperanza están en todas partes: crisis económica, crisis alimentaria, crisis ecológica, crisis energética, crisis de valores, crisis en la familia; incluso, crisis de la esperanza (recordemos a los "profetas" del fin de las utopías). Cada una de esas crisis tiene algo en común: amenazan, empobrecen o truncan la vida.
Según Fromm, las personas cuya esperanza es fuerte ven y fomentan todos los signos de la nueva vida y están preparados en todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer. Según el autor, esto es lo propio de la visión mesiánica de los verdaderos profetas. Estos no predicen el futuro, sino que ven la realidad presente exenta de las miopías de la opinión pública y de la autoridad. No desean ser profetas, sino que se sienten forzados a expresar la voz de su conciencia, a decir qué posibilidades contemplan y a mostrar a la gente las alternativas que existen. Monseñor Romero, sin duda, fue una de esas personas: cultivadora de los signos de la nueva vida.
Una característica esencial de la espiritualidad de monseñor Romero (cfr. Martin Maier, Monseñor Romero, maestro de espiritualidad, pp.148-149) es que nunca perdió la esperanza, ni siquiera en situaciones aparentemente sin solución. Su actitud no fue la del apaciguamiento según el lema "ya se resolverá todo bien". Con Pablo, practicó la esperanza contra toda esperanza. Presentó su esperanza dentro de la tradición de los profetas de Israel. Ellos no habían anunciado una esperanza barata. La esperanza de los profetas se sostenía en la confianza de que Dios conduciría la historia de su pueblo hacia la salvación, a través de todas las ruinas, de todas las deslealtades y catástrofes.
2. La esperanza desde la visión profética de monseñor Romero
Para monseñor Romero, la esperanza cristiana es, a un mismo tiempo, promesa, quehacer y espera (cfr. homilía del 18 de noviembre de 1979). Promesa: "El pueblo cristiano camina animado por una esperanza hacia el reino de Dios" (utopía). Quehacer: "La esperanza despierta el anhelo de colaborar con Dios, con la seguridad de que si yo pongo de mi parte, Dios hará su parte y salvaremos al país" (praxis). Espera: "Las horas de Dios también hay que observarlas, hay que esperar cuando pasa el Señor para colaborar con él" (confianza en la fuerza de Dios).
Dos realidades de carácter estructural configuraban la situación salvadoreña durante el ministerio de monseñor Romero: la injusticia social (abordada en su 4ª. Carta Pastoral, 1979) y la violencia represiva de Estado (abordada en su 3ª Carta Pastoral, 1978). Las principales víctimas de ambas realidades eran los pobres. Ante esta situación, que calificó de "desorden espantoso", monseñor Romero defendió a las víctimas, y lo hizo generando esperanza. Generó esperanza denunciando el pecado histórico: "Cuando la Iglesia oye el clamor de los oprimidos no puede menos que denunciar las formaciones sociales que causan y perpetúan la miseria de la que surge ese clamor" (2ª Carta Pastoral, agosto, 1977).
Generó esperanza reaccionando con misericordia ante el sufrimiento: "No me interesa la política. Lo que me importa es que el Pastor tiene que estar donde está el sufrimiento, y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren" (homilía del 30 de octubre de 1977).
Generó esperanza defendiendo a los pobres y poniendo luz en los procesos de liberación: "La Iglesia traicionaría su mismo amor a Dios y su fidelidad al Evangelio si dejara de ser voz de los que no tienen voz, defensora de los derechos de los pobres, animadora de todo anhelo justo de liberación, orientadora, potenciadora y humanizadora de toda lucha legítima por conseguir una sociedad más justa" (4ª Carta Pastoral, agosto, 1979, no. 56).
3. Una vida inspirada por la esperanza
El contenido de la esperanza también está referido a un modo de vivir. Una vida animada por el amor y la justicia es fuente de esperanza. Cada acto de amor, de consciencia y de compasión es fuente de esperanza. Cada acto de indolencia, de mentira y de egoísmo genera desesperanza: "No busquemos soluciones inmediatas, no queramos organizar de un golpe una sociedad tan injustamente organizada durante tanto tiempo; organicemos, sí, la conversión de los corazones. Que sepan unos y otros vivir la austeridad del desierto, que sepan saborear la redención fuerte de la cruz; que no hay alegría más grande que ganarse el pan con el sudor de la frente y que no hay tampoco pecado más diabólico que quitarle el pan al que tiene hambre" (homilía del 24 de febrero de 1980).
Un ejemplo de vida animada por el amor y la justicia es la de los mártires salvadoreños. Por eso monseñor Romero los consideró semillas de esperanza: "Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana, y que fructificará en la realización de las reformas estructurales audaces, urgentes y radicales que necesita nuestra patria" (homilía del 27 de enero de 1980).