En medio de la pandemia de covid-19 el calendario electoral salvadoreño sigue su marcha. Los partidos con pretensiones de competir han cumplido ya con un requisito importante: seleccionar las candidaturas mediante elecciones internas. Sin embargo, estas candidaturas pueden no ser definitivas pues todavía falta inscribirlas como tales ante el Tribunal Supremo Electoral. Y de aquí a que eso ocurra todavía hay una decisión que puede cambiar la suerte de quienes internamente fueron elegidos. Las dirigencias partidistas pueden decidir pactar coaliciones tanto para la elección de diputados como para la elección de concejos municipales. Los socios de las coaliciones pueden no ser los mismos en los departamentos y municipios donde la decisión sea competir coaligadamente. Así pues todavía hace falta un trecho para que las candidaturas sean definitivas.
No obstante, algunas personas que se han postulado, y fueron electas como candidatos han arrancado ya en su campaña electoral. Para estas candidaturas parece que no hay tiempo que perder y están utilizando la gestión de la pandemia, de la crisis económica y la problemática de las finanzas públicas con fines electorales. Es trágico para la ciudadanía salvadoreña que pandemia, crisis económica y finanzas públicas no puedan gestionarse como problemas técnicos, con base en la experticia, sobre la base de la búsqueda de las alternativas de solución más viables y eficaces. Un enfoque así queda cada vez más lejos de practicarse a medida que se acercan las elecciones del 28 de febrero del próximo año.
Las relaciones entre órganos de gobierno y la eficacia de los controles institucionales también forman parte de la agenda de temas de campaña electoral. Unas relaciones y controles que deberían ser garantes de una buena gestión de la pandemia, la crisis económica y las finanzas públicas se vuelven cada vez más tensas porque hay quienes creen que así pueden obtener también réditos electorales.
Tal vez sea inevitable que los asuntos antes mencionados sean utilizados electoralmente. La competencia por los escaños municipales y legislativos tiene una enorme influencia sobre el comportamiento de los partidos y sus candidatos. Como guiados por un instinto, partidos y candidatos buscan obtener, mantener y crecer su cuota de poder institucional. Las elecciones son el momento fundamental para este reparto y la competencia que debiera ser guiada por la racionalidad se vuelve una lucha instintiva. No en balde se habla de caza del voto en lugar de competencia o búsqueda del mismo.
Para las elecciones del próximo año entrarán en la contienda partidos nuevos junto a los tradicionales o viejos partidos. Entre los primeros están Nuestro Tiempo y Nuevas Ideas. Entre los segundos están todos los que actualmente tienen presencia en la Asamblea Legislativa: Arena, CD, FMLN, GANA, PCN y PDC. En una situación intermedia aparece el partido Vamos, pues ya ha competido en elecciones previamente. ¿Qué representan los primeros frente a los segundos? Aunque en los primeros hayan personas que ya ocuparon cargos de elección popular, o que militaron en los partidos tradicionales, hay una novedad que vale la pena resaltar: en su militancia se hace presente una generación que no se siente vinculada al mundo en que surgieron y se desarrollaron los viejos partidos. El tiempo en el que las ideas de “izquierda” y “derecha” sirvieron para aglutinar, para cohesionar, grandes maquinarias electorales ha pasado. Ahora es otro tiempo y los comportamientos políticos se orientan bajo otras ideas. Unos dicen “este es nuestro tiempo” y los otros afirman tener “nuevas ideas”. Antes de cuestionar la veracidad de estas pretensiones, hay que preguntarse si las mismas son, o no, expresión de un relevo generacional en términos políticos.
No hay que esperar que entre lo nuevo y lo viejo existan rupturas claras. La historia política salvadoreña muestra continuidades y novedades cada vez que surgieron los ahora llamados partidos tradicionales. El surgimiento del PCN y PDC en los años sesenta no puede verse como mera continuidad del PAR y del PRUD de los años cincuenta. De igual forma, el surgimiento de Arena y FMLN tampoco son pura continuidad del binomio PCN-PDC. ¿Por qué no pensar que en Nuestro Tiempo, el partido Vamos y Nuevas Ideas no se está expresando una novedad, por más que haya elementos de continuidad?
Todavía es muy temprano para afirmar que los actuales nuevos partidos son la cristalización de la novedad política en El Salvador. Pero no hay que desechar la posibilidad que en ellos se esté expresando el inicio de un nuevo ciclo político, como lo fue cuando surgieron, en pares, los partidos tradicionales. Entre estos, Arena y FMLN han buscado renovar su cara política como un intento de sobrevivencia. Puede que no cuaje alguno de los nuevos partidos. Pero puede que eso mismo sea expresión de las características del nuevo ciclo.
La gestión de la pandemia, la crisis económica y las finanzas públicas, más la consideración de las relaciones entre órganos de gobierno y el funcionamiento de los controles institucionales ofrecen una oportunidad para explorar hasta dónde los nuevos partidos expresan la novedad del nuevo ciclo. Si los candidatos de los nuevos partidos logran una mayor presencia mediática en redes sociales o en los medios tradicionales, y exponen sus puntos de vista sobre aquellos asuntos, aunque no es legalmente tiempo de propaganda electoral, la ciudadanía tendrá una oportunidad para identificar en ellos más novedad que continuidad.
¿Significa lo arriba planteado que los partidos tradicionales están condenados a desaparecer? Observar la historia política salvadoreña permite tener una respuesta a esta pregunta. Ni siquiera la ruptura con el régimen autoritario de corte militar implicó la desaparición del PCN y PDC, que eran los principales partidos en ese régimen. Arena y FMLN los sustituyeron como tales, pero no los hicieron desaparecer. Aunque disminuido en su caudal parlamentario, el PCN mantuvo notable influencia cuando Arena fue partido de gobierno. Arena podría seguir la trayectoria del PCN, y el FMLN la del PDC. No se sabe qué pasará con GANA que, le guste o no le guste, es un partido tradicional y está sometido por tanto al desafío de adaptarse a la novedad que está emergiendo.
Partidos nuevos y partidos viejos son realidades que no viven solo para sí. También viven para transformar o conservar una estructura económica y social, responsable de la vulnerabilidad en que viven los salvadoreños. La posición de los nuevos partidos frente a una estructura económica que produce exclusión, desigualdad y segmentación social también servirá para mostrar hasta dónde llega su novedad.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 9.