Tierra, techo y trabajo

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En su discurso a los participantes en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, el papa Francisco dejó plateada su visión sobre los derechos humanos vinculados a la realidad socioeconómica. Destacó que el Encuentro respondía a un anhelo muy concreto, algo que cualquier padre, cualquier madre quiere para sus hijos e hijas; una aspiración que debería estar al alcance de todos, pero que hoy está cada vez más lejos de la mayoría. Se refiere al derecho y anhelo del acceso a la tierra, el techo y el trabajo. Para el obispo de Roma, este clamor se escucha poco. “Tal vez porque molesta, tal vez porque su grito incomoda, tal vez porque se tiene miedo al cambio que se reclama”. Pero sin su presencia, añade, “sin ir realmente a las periferias, las buenas propuestas y proyectos que a menudo escuchamos en las conferencias internacionales se quedan en el reino de la idea”. En el discurso, los argumentos que fundamentan estos derechos, entendidos como derechos de las mayorías, son los siguientes.

La tierra como bien común. Según el papa, Dios creó al ser humano como custodio de su obra, encargándole que la cultivara y la protegiera. A su juicio, esta vocación inicial comienza a deteriorarse hasta quedar truncada cuando se produce el acaparamiento de tierras, la deforestación, la apropiación del agua y la proliferación de agrotóxicos nocivos. Estos males, entre otros, arrancan al ser humano de su tierra natal, produciéndose una separación que no es solo física, sino existencial y espiritual, porque hay una relación con la tierra que está poniendo a la comunidad rural y a su peculiar modo de vida en notoria decadencia y hasta en riesgo de extinción.

El otro aspecto que atenta contra la vida y que ya es global es el hambre. Cuando la especulación financiera, explica el papa, condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, y la alimentación es un derecho inalienable. En consecuencia, se plantea que la reforma agraria reclamada por los hombres y mujeres del trabajo agrícola es, además de una necesidad política, una obligación moral.

Una casa para cada familia. Se parte de una triste y dramática constatación: hay tantas familias sin vivienda, porque nunca la han tenido o bien porque la han perdido por diferentes motivos. Para el papa, familia y vivienda van de la mano. Pero, además, un techo, para que sea hogar, tiene una dimensión comunitaria: el barrio. Es precisamente en este espacio donde se empieza a construir la gran familia de la humanidad, desde lo más inmediato, desde la convivencia con los vecinos. Pero hoy parece prevalecer lo contrario. Francisco denuncia que hoy vivimos en inmensas ciudades que se muestran modernas, orgullosas y hasta vanidosas. Urbes que ofrecen innumerables placeres y bienestar para una feliz minoría, mientras se niega el techo a miles de vecinos y hermanos, incluso niños. Dice, además, que es curiosa la abundancia de eufemismos en un mundo de injusticias. No se dicen las palabras con la contundencia que exige la realidad. Una persona segregada, apartada, que está sufriendo la miseria, el hambre, es alguien “en situación de calle”. Expresión elegante que esconde una realidad dramática. Por lo general, señala el papa, detrás de un eufemismo hay un delito. El reto propuesto en este plano es seguir trabajando para que todas las familias tengan una vivienda y para que todos los barrios tengan una infraestructura adecuada que posibiliten vínculos de unidad.

Dignificación del trabajo. De nuevo una constatación: el desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales son realidades masivas y empobrecedoras. Pero no son inevitables, sino el resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone la rentabilidad por encima de la persona, generando una cultura del descarte que considera al ser humano como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. En el discurso se señala que al fenómeno de la explotación y de la opresión se le suma una nueva realidad, un matiz gráfico y duro de la injusticia social: los que no se pueden integrar, los excluidos, son desechos, “sobrantes”. Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no la persona humana.

Para ilustrarlo, el papa recuerda una enseñanza que data de 1200. Un rabino judío explicaba a sus feligreses la historia de la Torre de Babel. Contaba cómo para construirla había que hacer mucho esfuerzo, había que fabricar ladrillos, y para elaborarlos había que hacer el barro y traer la paja, y amasar el barro con la paja, cortarlo en cuadros, luego secarlos, después cocinarlos y cuando ya estaban cocidos y fríos, subirlos para ir construyendo la Torre. Si se caía un ladrillo, era casi una tragedia nacional por los costos que representaba. Al que dejaba caer uno lo castigaban o lo suspendían. Pero si caía un obrero, no pasaba nada. Esto ocurre, lamenta el papa, cuando el dios dinero ha suplantado a la persona.

Francisco también ha recordado que no puede haber tierra, techo y trabajo si no tenemos paz y destruimos el planeta. Explica que son temas tan importantes que los pueblos y sus organizaciones de base no pueden dejar de debatir. No pueden quedar solo en manos de los dirigentes políticos. Todos los pueblos de la tierra, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, tenemos que alzar la voz en defensa de estos dos preciosos dones: la paz y la naturaleza, sentencia Francisco.

En su discurso, el pontífice deja plasmada la siguiente interpelación y su respectivo desafío: “Hablamos de la tierra, de trabajo, de techo, de luchar por la paz y cuidar la naturaleza. Pero ¿por qué nos acostumbramos a ver cómo se destruye el trabajo digno, se desahucia a tantas familias, se expulsa a los campesinos, se hace la guerra y se abusa de la naturaleza?”. El reto para revertir esta actitud acomodaticia está claro: hay que comprometerse para cambiar el sistema y volver a llevar la dignidad humana al centro, y sobre ese pilar, construir estructuras sociales alternativas. Y propone un camino: “Hay que hacerlo con coraje, pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin fanatismo. Con pasión, pero sin violencia. Y entre todos, enfrentando los conflictos sin quedar atrapados en ellos, buscando siempre resolver las tensiones para alcanzar un plano superior de unidad, de paz y de justicia”.

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Anónimo
19/11/2014
12:40 pm
Cada uno/a debemos asumir el compromiso a conciencia por cambiar esta realidad, la indiferencia y el egoismo son los males que debemos suprimir de las sociedades. Vivo en una comunidad rural, de esas que solo Dios asiste cada dia y todos/as merecemos vivir la dignidad de ser creacion de Dios, en la misma calidad que cualquier ser humano. Los pobres tenemos esperanza alientada por la Biblia, el papa Francisco y por estas instituciones que nos invitan a luchar para hacer realidad las promesas de nuestro senor Jesus: el dara la recompensa al pobre y al que ayuda al pobre, hara justicia al oprimido, enaltecera al humillado... Pongamos en practica el primer mandamiento. Bendiciones
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