Cambios necesarios y urgentes

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Editorial UCA
05/04/2017

El Salvador necesita de profundas transformaciones para prosperar y ofrecer la posibilidad de una vida digna a todos sus ciudadanos, de modo que estos gocen de un alto nivel de desarrollo humano. Cuando se piensa en la situación del país sin ideologizaciones ni colores políticos, es fácil caer en la cuenta de que hay consenso sobre los cambios requeridos. Todos deseamos un país educado, donde la totalidad de los salvadoreños haya cursado al menos 12 años de educación formal, iniciando desde la formación en la primera infancia hasta terminar el bachillerato. Queremos que más del 50% de los nuevos bachilleres realicen estudios técnicos superiores u obtengan un título universitario. Soñamos que la mayoría domine un segundo idioma y que una masa crítica tenga competencias científicas y tecnológicas.

También hay conciencia de la necesidad de alcanzar el pleno empleo y de que todos los trabajos ofrezcan como mínimo las prestaciones sociales que establece la ley. Más aún, que la mayoría de esos puestos estén bien remunerados, porque son de alta productividad y añaden valor y calidad tanto a los productos como a los servicios que se ofrecen. Además, muchos coincidimos en que deben mejorar las condiciones de vivienda de los más de dos millones de salvadoreños que viven en precariedad, de modo que puedan tener una casa segura, resistente a los sismos, con los servicios básicos de agua, saneamiento y electricidad, y con espacios recreativos y para la organización comunitaria.

Por supuesto, todos deseamos un país seguro, sin violencias de ninguna clase, sin pandillas que controlen los territorios e impongan su lógica de terror sobre una buena parte de la población. Todos queremos que la niñez y la juventud tengan verdaderas oportunidades de desarrollo y que puedan construir su futuro de forma sana y en paz. Todos soñamos con movilizarnos por el territorio nacional con plena tranquilidad y seguridad.

La lista podría ser mucho más larga, porque los problemas también son muchos. Pero es claro qué queremos para nuestro país a mediano plazo. Tenemos un sueño que es mayoritariamente compartido; las diferencias están en cómo alcanzarlo, en los caminos a seguir y en el precio que se está dispuesto a pagar. Para materializar ese sueño es necesario cambiar factores esenciales de nuestra organización política, económica y social. Asimismo, tenemos que transformar rasgos culturales como el machismo, el clasismo y el racismo, profundamente anclados en nuestra sociedad y que nos impiden entender que todos tenemos los mismos derechos y deberes. Debemos transitar hacia una cultura de paz y solidaridad, que tenga como principio inspirador la igual dignidad de las personas y el pleno respeto a los derechos humanos. Un respeto no teórico, sino práctico, cotidiano y universal.

Los cambios estructurales son esenciales para hacer realidad ese sueño, y esos cambios no se darán mientras no alcancemos acuerdos intersectoriales. Pero también son necesarios cambios a nivel personal, de actitudes, en la forma de relacionarnos con los demás. En primer lugar, es vital que cada uno deje de preocupar solo por sí mismo, para abrazar la corresponsabilidad, la preocupación honda y activa por los demás. Todos somos responsables de la actual situación de nuestro país y todos podemos y debemos contribuir a su solución. Hay que dejar a un lado los intereses particulares, para pensar y asumir como propios los colectivos. Hay que abandonar la indiferencia, la actitud del “sálvese quien pueda”, para buscar soluciones comunitarias a los problemas compartidos. Hay que dejar de pensar en lo inmediato, para reflexionar más en el futuro y ser capaces de sacrificar ahora para construir un mejor porvenir. Hay que despojarse del egoísmo y sustituirlo por un espíritu solidario y generoso con el prójimo. Hay que comprender que aquello que es bueno para uno también lo es para el resto, y que lo que se quiere para sí también deben poder disfrutarlo todos nuestros hermanos.

Estos cambios son indispensables para que a su vez cambie el país, para encontrar un camino común de construcción pacífico y armonioso. Esas nuevas actitudes y formas de relacionarnos son claves para el éxito del proceso de diálogo hacia unos nuevos acuerdos de país, que nos permitan avanzar hacia una realidad de justicia y de paz. Sin ellas, la violencia, la exclusión, el atropello como norma diaria de convivencia seguirán siendo nuestros rasgos nacionales distintivos.

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Anónimo
06/04/2017
14:05 pm
Continúo... He visto casos de rápida y profunda restauración en terapias psico-psiquiátrica. Y en procesos espirituales en Iglesias Cristianas (Católicas y no Católicas). Pero muchas veces la sanación psico-espiritual no es suficiente. Y lo justifico de modo sencillo: muchos sanados no saben transmitir misericordia, ni solidaridad, ni conciencia social, ni espiritualidad a sus hijos. Estos no se sienten parte de esa experiencia liberadora que tuvieron sus padres, y siguen sus propios caminos e intereses. Así, el mal estructural tiende a reproducirse de nuevo. Para evitar esto, considero que, una vez alcanzada la restauración psico-espiritual, también es urgente actuar con solidaridad y justicia social, socorriendo las víctimas de la injusticia estructural, formando grupos que luchen por los excluidos, los más pobres. Ello dará testimonio de vida generosa y solidaria a nuestros hijos. Es una terapia continua y activa para el sanado. Y así el mal no podrá volver.
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Anónimo
06/04/2017
13:17 pm
Creo que estos cambios de los que habla el artículo son en verdad necesarios. Pero considero que no pueden darse espontáneamente. Porque la indiferencia, el egoísmo, la violencia, la mentira, el machismo, el clasismo se generan, secundariamente, en el hogar. La violencia familiar, el maltrato infantil, el abandono materno y paterno son unas pocas causales secundarias de esa semilla social que se esparce sin control. Algo importante es reconocer que las fuentes primarias de estos males provienen del quehacer de la despiadada clase hegemónica, salvadoreña y mundial, que los irradia desde hace siglos como injusticia y violencia estructurales, valiéndose también de la propaganda hedonista. Así, aun buscando un antídoto en el sistema educativo, en programas sociales y de salud mental, etc. debemos esperar varias generaciones para ver resultados notables. Entonces ¿Se puede acelerar la sanacion personal que antecede a los cambios necesarios y urgentes? Yo creo que sí.
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