Uno de los efectos de la pandemia fue la paralización de la cadena logística mundial, lo que provocó escasez de productos y un incremento de los precios a nivel planetario. Con el fin de la época de los confinamientos que obligó a disminuir la actividad económica, en el cuarto trimestre de 2020 inició la recuperación económica, la cual incrementó la demanda de materias primas y de energía. Ello también impulsó al alza los precios del petróleo y sus derivados.
La guerra de Rusia contra Ucrania, y la consecuente desestabilización global, así como la previsión de que el conflicto será largo y generará escasez de cereales, metales y petróleo —de los que ambos países son importantes productores— han provocado un nuevo incremento en los precios de los alimentos y de las materias primas. Uno de los productos que ha incrementado significativamente su valor es el petróleo, volviendo a sus precios históricos más elevados: por encima de los cien dólares por barril, como ocurrió durante la crisis financiera de 2008.
La conjunción de todos estos factores está impulsando un aumento acelerado de la inflación. Por supuesto, de este escenario no escapa El Salvador, sobre todo por su gran dependencia de la importación de productos (según la Cepal, el país importa el 80% de lo que consume) y por su gran vulnerabilidad ante dinámicas económicas externas. Es así como después de más de una década de estabilidad en los precios, en el último año y medio se ha dado un incremento que golpea con dureza a la economía familiar, especialmente a los hogares con menores ingresos.
Según datos del Banco Central de Reserva al mes de mayo, la inflación en el último año es superior al 7%. Por su parte, la Digestyc señala que en marzo de este año la canasta básica alimentaria había incrementado su precio un 10% con respecto a marzo de 2021. La Cepal señala que esta crisis mundial supondrá un aumento y profundización de la pobreza en todos los países de América Latina; para el nuestro, prevé que la población en situación de pobreza crezca entre 1% y 2%, lo que significa que entre 6 mil 500 y 13 mil personas pasarán a formar parte de la población pobre.
Por las características de su economía, a El Salvador le es muy difícil combatir las consecuencias de esta crisis. Durante muchos años se ha privilegiado e impulsados los sectores comercio y servicios, en detrimento de la producción. La producción agrícola más industrializada se ha concentrado en el azúcar, descuidando la generación de alimentos y su diversificación. Por otro lado, la mayor fuente de divisas, las remesas, también está siendo afectada: su crecimiento es menor en relación al año pasado.
Con todo, esta crisis representa una oportunidad para reconducir la maltrecha economía nacional, dejar a un lado las aventuras de alto riesgo, que hasta la fecha solamente han traído mayor vulnerabilidad, y poner en marcha las estrategias que recomienda la Cepal para las economías de los países latinoamericanos. Para el organismo, lo primero y más inmediato es atender a los más vulnerables y asegurar su alimentación. En segundo lugar, se debe impulsar políticas que fomenten la producción agrícola e industrial, apoyando especialmente a la producción agropecuaria y de fertilizantes. También es imprescindible una política fiscal progresiva que promueva el desarrollo al dotar al Estado de los recursos necesarios para ofrecer servicios de calidad. Recursos que deben ser utilizados de forma eficaz y con transparencia, lejos de la actual opacidad y despilfarro que desincentiva a los contribuyentes.
A juicio de la Cepal, es urgente que América Latina enfrente unida la crisis. Este llamado debe hacer reflexionar al Gobierno de El Salvador, tan dado a aislarse. Hasta la fecha, no se ha visto ningún interés en la actual administración por fortalecer los lazos de amistad y cooperación con los países latinoamericanos, a excepción de los tibios apretones de mano con México. Negar la crisis no ayuda a salir bien parados de ella; reconocerla y ponerse a trabajar para superarla es la única apuesta razonable.