En referencia a la búsqueda de justicia para los crímenes de la guerra civil, el Ministro de Defensa insistió recientemente en que no se gasten energías revolviendo el pasado. Y añadió que el historial de la Fuerza Armada está lleno tanto de actos heroicos como de algunos errores. Ambas afirmaciones requieren comentario dada la importancia del cargo y el grado militar del Ministro, y dada la relevancia que están teniendo a nivel nacional e internacional algunos casos de graves violaciones a derechos humanos acaecidas en El Salvador.
Respecto al gasto de energía habría que decir que más energías han empleado los violadores de derechos humanos en encubrirlos que las víctimas en denunciarlos. Primo Levi, un luchador contra los crímenes de los nazis, solía decir que mientras los criminales anden sueltos, ni los propios muertos estarán seguros, pues aquellos se esforzarán en echar cada vez más tierra encima de las tumbas de sus víctimas. Desenterrar un muerto, tanto para devolvérselo a sus familiares si estaba desaparecido como para hacer justicia, no es perder el tiempo. Es simplemente cumplir con un deber de humanidad.
Más grave todavía es hablar de errores cuando lo que se está discutiendo es el enjuiciamiento de crímenes de lesa humanidad. En errores incurrimos todos, pero crímenes de lesa humanidad solo pueden cometerlos quienes detentan el poder del Estado o uno semejante. En derecho, con frecuencia se exime o reduce la responsabilidad penal de las personas cuando el daño que hacen es fruto de un error. Los errores tienden a ser involuntarios, fruto de la ignorancia o de la incapacidad para realizar determinadas acciones. Alguien que se distrae manejando y ocasiona un accidente grave suele resolver el asunto más fácilmente que quien con intención causa un daño a otra persona. El error puede ser un atenuante, pero las masacres no se cometen por error ni tienen atenuantes. Se planifican, se ejecutan e incluso se encubren desde el poder. No hay error ahí, sino una voluntad de exterminio semejante a la de un asesino que actúa con premeditación y alevosía. Y la Fuerza Armada cometió ese tipo de crímenes.
En ese sentido, trabajar por poner en claro crímenes del pasado no es perder tiempo ni energías; es tratar de devolverles la dignidad a personas inocentes a las que les fueron violados sus derechos a través de una violencia injusta. Dejar crímenes en el olvido y en la impunidad es crear y reproducir cultura de violencia. Además, implica incumplir toda una serie de tratados internacionales de derechos humanos; tratados que el Estado salvadoreño se ha comprometido a observar leal y fielmente. Si la Fuerza Armada hiciera un examen serio y realista de las violaciones graves a derechos humanos que cometió, amparó y permitió, y pidiera perdón por ello a las víctimas y al pueblo salvadoreño, haría mucho más por la paz de El Salvador que con ese discurso sobre errores tan cargado de la cultura tradicional de impunidad. Así como la capacidad de perdonar enaltece a las víctimas, reconocer las culpas y pedir perdón ayuda a que los criminales, o los encubridores de los mismos, se reintegren a la sociedad con mayor facilidad.
Lamentablemente, el afán de preservar la impunidad les ha quitado fuerza para perseguir el delito a todas las instituciones encargadas de velar por la convivencia pacífica. Y los resultados de esta cultura de la impunidad heredada del pasado los vemos en la impunidad del presente. No haber investigado los crímenes del pasado incapacitó a muchas de nuestras instituciones para investigar los delitos actuales. No ha habido errores. Lo que se ha dado en el país ha sido una política sistemática de encubrimiento que solo podrá superarse con una investigación seria y una firme voluntad de enfrentar todo lo que transgrede la ley. Los crímenes de lesa humanidad del pasado y los delitos brutales e impunes del presente constituyen un único y mismo desafío para las autoridades. Ojalá el Ministro de Defensa se dé cuenta de ello.