Sin duda, los aumentos acordados el 14 de diciembre por el nuevo Consejo Nacional del Salario Mínimo son un paso importante para la dignificación del trabajador salvadoreño. Los aumentos son significativos y la reducción de las categorías del salario mínimo a solo cuatro nos ponen en el camino de una paga decente. Desde el 1 de enero de 2017, los trabajadores del sector comercio, industria y servicios ganarán $300 al mes; los obreros de la maquila y confección, $295; quienes laboran en ingenios de café y caña de azúcar, $224; y los recolectores de algodón y café, y empleados del sector agropecuario, $200.00. Este es uno de los mejores regalos de Navidad que se les puede dar a los trabajadores.
Los grandes empresarios deben recapacitar sobre sus declaraciones; ellas reflejan el deterioro moral y ético que ocasiona poner el corazón en la acumulación de riqueza. Si antes el presidente de la ANEP afirmó que solo el 12% de los salvadoreños gana el mínimo y que el 88% recibe más, entonces, ¿por qué les preocupa tanto el aumento si la enorme mayoría no se verá beneficiada? Sería muy provechoso también que el presidente de la Asociación Salvadoreña de Industriales intentara vivir un mes, junto con su familia, con el salario mínimo actual, porque, de acuerdo a sus mensajes en una red social, es suficiente para cubrir la canasta básica.
Estas declaraciones reflejan que la mentalidad de buena parte de los grandes empresarios sigue anclada en la época en que lo importante era dar al esclavo la suficiente comida para que reprodujera su fuerza de trabajo. Según esa forma de pensar, las otras necesidades de la vida, como el vestido, la salud, la educación, el esparcimiento y la cultura, son privilegios reservados para estratos superiores; el trabajador ordinario ni los necesita ni los merece. Esta lógica fue la que provocó que cuando el Gobierno de Costa Rica decidiera invertir en la educación de su pueblo como camino para el desarrollo, sus contrapartes salvadoreñas dijeran que para cortar café no se necesita saber leer y escribir. En el Salvador, los resultados de no poner en el centro a la persona están a la vista.
Debería entenderse que los salarios de hambre que históricamente se han pagado —y a regañadientes— están íntimamente relacionados con la delincuencia, la violencia, los cinturones de miseria en nuestras ciudades, la migración en busca de oportunidades que acá solo están reservadas para unos pocos. Si de verdad los empresarios creen que no podrán pagar los nuevos salarios —que lejos están aún de hacerles justicia a los trabajadores—, entonces que les pregunten a sus pares guatemaltecos y hondureños cómo le hacen para pagar sueldos todavía mayores que los acordados acá hace un par de días.
Ahora resulta que el nuevo Consejo del Salario Mínimo es cuestionado, pero nunca hubo la menor crítica cuando los supuestos representantes de los trabajadores hacían mancuerna con los empresarios para acordar aumentos ridículos. Las quejas de los que no están de acuerdo con los nuevos salarios mínimos no son justas ni legítimas. Ellos no están en contra del proceso legal, como argumentan, sino en contra de que no se les permita seguirse enriqueciendo a costa de sus empleados, por lo menos al mismo nivel de antes. Con su actitud, pues, queda claro que están en contra de una vida digna para los trabajadores de El Salvador.