Un país reincidente

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Editorial UCA
15/06/2022

Si se compara lo que se vive en la actualidad con lo que acaecía en los tiempos de la guerra civil, no queda más que concluir que muchas lecciones del conflicto fratricida, demasiadas, han caído en saco roto. Durante la guerra, el país se polarizó; la neutralidad era casi imposible. Y la polarización condujo a la barbarie. Diversos estudios revelan que las guerras civiles, por su naturaleza, suelen ser más cruentas que los conflictos entre países y tienen un contenido ideológico más fuerte. La polarización de la guerra se cobró muchas vidas humanas. Hoy en día, la polarización se atiza desde las más altas esferas del Gobierno, dividiendo a la sociedad salvadoreña en dos bandos: los que apoyan al Ejecutivo y los que no. Quien es crítico o se abstiene de adular al poder queda incluido en la lista de los que quieren el mal para el país. El discurso de odio se utiliza como estrategia política para construir un imaginado enemigo común. No hay alternativa, no hay lugar para el pensamiento independiente.

Al principio de la guerra se implementó la política de tierra arrasada, una táctica militar cuyo objetivo era destruir todo lo que podía ser de utilidad al bando contrario, bajo la lógica de quitarle el agua al pez. El pez era la insurgencia; el agua, la población civil y sus medios de vida. En nombre del combate al enemigo se perpetraron en esa época horrendos crímenes de guerra y de lesa humanidad, como la masacre en El Mozote. Hoy, al igual que entonces, se aplica una especie de tierra arrasada. Ante la aparente ruptura del acuerdo con las maras y ante la imposibilidad de aplicar inteligencia e investigación para la persecución y captura de los pandilleros, se ha optado por sacrificar poblaciones estigmatizadas. Durante el estado de excepción se ha capturado a cientos de personas inocentes. Como hace 40 años, madres, esposas, esposos, hijos e hijas preguntan por el paradero de sus familiares. Los operadores de justicia solo escuchan los designios de Casa Presidencial; la tendencia es no dejar salir a nadie. El Ejecutivo ha hecho del combate a las pandillas la fuente principal de su discurso y de su popularidad; todo lo demás es solo un medio para ese fin. Como en los tiempos de la guerra, una llamada anónima o un señalamiento infundado son suficientes para proceder a la detención sin investigación y sin derecho a la defensa.

También durante la guerra civil, como en todo conflicto bélico, se manipulaba la información y se implementaba una guerra psicológica. El tiempo ha desvelado cómo trabajaba la maquinaria de fabricar mentiras en aquellos tiempos. En la actualidad, se implementa una estrategia mediática que manipula los datos y desinforma, creando con éxito un relato que solo responde a la versión del presidente sobre la realidad; una versión reduccionista, simplista, maniquea. Ignacio Ellacuría decía que “mientras la guerra dure, la única manera de salvar vidas es defender los derechos humanos”. Y hacer eso en aquel contexto era difícil y peligroso, pero las barbaries que en ese momento se cometieron con total impunidad hoy se entienden como crímenes de lesa humanidad. Aunque no sea popular, aunque implique sufrir represalias, acusaciones y calumnias, se debe seguir defendiendo los derechos humanos, todos los derechos, de toda persona.

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