La encuesta del Iudop sobre la situación del país a finales de 2016 muestra que entre las instituciones de la vida nacional que ocupan los más bajos niveles de confianza de la ciudadanía se encuentran los partidos políticos, la Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia y el gobierno central. Quienes están al fondo de esta lista son los partidos políticos, con el 3.5% de confianza. Además, tampoco están generando mayores expectativas de cara a futuros eventos electorales: 43.9% de los encuestados dijo que no votaría por ningún partido.
Para muchos, este tipo de datos apuntarían a una crisis del sistema político salvadoreño y sus actores. De acuerdo a Álvaro Artiga, catedrático del Departamento de Sociología y Ciencias Políticas, el análisis debería de ir en otra dirección.
En su opinión, ¿el sistema político salvadoreño está en crisis?
Para responder a esta pregunta es importante tener una idea de lo que el sistema político es. Para el caso salvadoreño, podemos hablar de un grupo de cinco subsistemas que operan conjuntamente para tomar decisiones que nos afectan a todos: el de partidos, el electoral, el de gobierno, el de gestión de los recursos humanos y el de control político. Para decir si hay crisis o no, tenemos que analizar si estos subsistemas no están funcionando cómo deberían o si no están aportando al funcionamiento del todo. Ahí hablaríamos de una crisis.
Actualmente, el sistema de partidos sigue estando estable y canalizando intereses que vienen desde la sociedad, que luego se convierten en políticas públicas. ¿Que opera con dificultades? Eso es por sus características, pero eso ha sido así desde que se configuró, allá por 1994.
Desde el punto de vista del sistema de gobierno, podríamos pensar que hay un problema para llegar a acuerdos entre el Ejecutivo y los otros partidos, especialmente con Arena. En el tema fiscal, por ejemplo. Pero el sistema es bastante elástico, tiene mucha tolerancia a las tensiones que se originan.
Si vamos al sistema electoral, este puede empezar a tensionarse este año, con las elecciones internas de los partidos, pues en 2018 y 2019 hay elecciones. Pero en este momento no hay problemas. Respecto al sistema de gestión de recursos humanos, por cuestiones presupuestarias, hay algunos sectores, especialmente en salud, que reclaman escalafón en una situación en donde no hay dinero. Sin embargo, en general, todas las administraciones están operando. No quiere decir que todo es armonía, pero una crisis yo no la veo.
¿Por qué entonces esa sensación o percepción de “crisis política”?
Lo que está ocurriendo es que el sistema de control político ha comenzado a operar. Acá hablamos de sentencias de la Sala; la aprobación de una ley de acceso a la información y la creación un instituto para su aplicación; la Sección de Probidad, por muchos años neutralizada, ha comenzado a operar en materia de ejercer control sobre el enriquecimiento que pudieron tener algunos funcionarios; y el cambio de Fiscal, que lleva tres expresidentes en investigación. Eso es lo que ha estado ocurriendo: funciona lo que antes no.
Si a todo esto le llamamos crisis, a que empiecen a operar las instituciones que están para ejercer ese control, podríamos decir que es una crisis para el modelo autoritario de hacer política, pero no una que implique que estamos llegando a una parálisis del sistema. Claro, esto no quiere decir que no hay elementos de riesgos para que esto ocurriera, especialmente en materia fiscal, pero no hemos llegado a esa situación.
Sin embargo, la más reciente encuesta del Iudop ubica entre las instituciones con más bajos niveles de confianza de la ciudadanía a actores claves del sistema, como los partidos políticos, la Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia y el gobierno central. ¿Qué consecuencias tiene esta desconfianza?
La pérdida de confianza en instituciones del sistema podría ser un problema si existiera una alternativa antisistema que le compita la confianza y el apoyo de los ciudadanos. Pero si esa alternativa no existe, entonces la gente simplemente dice: “No quiero saber de política”, “No tengo confianza en estas instituciones”. Pero eso no impide que las instituciones sigan funcionando.
Eso no quiere decir que sea el mejor escenario ni que esto no tenga implicaciones, porque lo que está ocurriendo es que la gente se está excluyendo o está siendo excluida de la política. Por desafección, por descontento, por desilusión, nos vamos retirando y vamos dejando la cancha sola, pero eso no quiere decir que no haya otros que juegan ahí y terminan decidiendo por todos. Estamos en una espiral en donde va disminuyendo el apoyo y las instituciones funcionan de manera cada vez más autoritaria, con menos controles.
Por esto, en cierta manera, a los encargados de estas instituciones no les importa que la gente no confíe; no es algo por lo cual no puedan dormir. No es que no haya que preocuparse, pero en sí la desconfianza, sin alternativa que compita con el sistema, no es una amenaza.
Según el sondeo del Iudop, los partidos políticos son las instituciones en las que menos confían los ciudadanos (solo tienen el 3.5% de confianza). Además, tampoco parecen generar mayores expectativas de cara a futuros eventos electorales: 43.9% dijo que no votaría por ninguno. ¿Se puede hablar de un desgaste importante y permanente de los dos partidos mayoritarios?
Sí, podemos hablar de un desgaste, de una pérdida de credibilidad, de confianza e incluso de legitimidad, pero sin que eso se convierta todavía en una amenaza para los propios partidos. Porque aunque en la encuesta salga una cifra bien alta, no es la primera vez ni es algo novedoso en materia de salud de los partidos, sino que es casi una constante ver que los partidos y la Asamblea están muy bajos y que el 40% o 50% dicen que no irá a votar o que no saben por quién hacerlo. No se sienten vinculados a los partidos, pero los partidos siguen estando allí. Esto porque, en buena medida, la militancia los sostiene. Si tenemos dos grandes partidos que logran movilizar, por decir algo, 800 mil o un millón de electores, si la mitad de la sociedad no quiera ir a votar, pues la otra mitad se encargará de mantener a los partidos en los puestos.
Recordemos también que esto ha sido así siempre, pues hay una forma clientelista o patrimonial de ejercer el poder: los gobernantes, a través de los partidos y las instituciones, hacen llegar beneficios a la población, ya sea en forma de paquetes agrícolas, ayudas monetarias o le consiguen trabajo a alguien. Hay redes clientelares que se benefician del partido que está en el Gobierno, en tiempos de Arena, del PCN, del FMLN. Estas redes también sostienen a los partidos.
Pero algún efecto ha de tener esa desconfianza hacia las instituciones y los actores políticos.
Es que una situación de deterioro del apoyo al sistema sería como cuando al cuerpo se le bajan las defensas, pero ese bajón de defensas no le implica la muerte. El enfermo puede fallecer si le llega un virus para el cual no tiene el sistema inmunológico funcionando. Eso es lo que puede pasar: que en una situación de deterioro de la confianza, de deslegitimidad, de desafección hacia la política y los políticos, hubiese una crisis que requiera del apoyo de la población, y este no va a existir.
Pero no porque haya bajos niveles de confianza o de credibilidad se está en crisis. Puede tener su efecto en una situación en la que se planteara, por ejemplo, una subida del petróleo o que hay que hacer un ajuste fiscal con medidas que afectarán a sectores vulnerables; ese impacto negativo de la política, en medio de una situación de desconfianza y poco apoyo, puede ser perverso. Pero si no aparecen estos elementos coyunturales de la política, la desconfianza no es ningún problema.
No estamos condenados a pasar por una crisis y no debemos pensar solo en evitarla, sino en sanear toda la lacra y suciedad que tiene el sistema. Y tenemos en los próximos años una buena oportunidad: las elecciones, que se pueden convertir en un instrumento para sacar de los puestos a quienes consideramos que se están aprovechando.
Acá, entonces, entramos de nuevo al círculo: si la gente está desmotivada y no va a votar, la elección no necesariamente podría ser una oportunidad.
Sí, la gente está desmotivada. Uno lo escucha. Hay muchas voces de insatisfacción, de que no están de acuerdo en cómo está el país. Todas estas voces son las que tienen que facilitar que la gente, de manera informada, de un impulso en otra dirección, ya sea en las elecciones internas de candidatos, en las elecciones de diputados o en las presidenciales. Todas ofrecen una posibilidad; especialmente, la de diputados, con el voto por rostro.
Lo que se necesita es dejar de estar diciendo “es que esto está mal” y empezar toda una campaña de señalamientos específicos para que la gente tenga presente a quién no le tiene que dar el voto. Hoy hay unas condiciones que antes no habían y tenemos que utilizarlas. Sigamos con la lógica del paciente: le podemos dar un tratamiento; no es 100% seguro que se va a curar, puede que sí, tenemos el 60% de posibilidades de que se cure. Pero la alternativa es que se siga deteriorando su organismo. Es obvio lo que se tiene que hacer: tomar el tratamiento.
Entramos a una coyuntura favorable para introducir elementos de cambio. Pero esto no va a ocurrir espontáneamente y tampoco vendrá de los partidos, que son los que se benefician de esta situación. Eso tiene que ser un impulso que viene desde la sociedad, sean voces individuales, de instituciones u organizaciones sociales, como universidades, iglesias, ONG que trabajan en transparencia... Todo eso tiene que constituir un bloque para facilitar el ejercicio del control ciudadano sobre los funcionarios. Y acá hay una posibilidad de hacer varias acciones que introduzcan modificaciones importantes.
¿Qué tipo de acciones?
No es retirándose como se van a solucionar las cosas, sino metiéndose. Si alguien cree que sus intereses, sus inquietudes no están representadas por los que están ahí, lo que tienen que hacer es idear formas para hacer valer sus intereses, y esto pasa por la organización. Por la organización autónoma e independiente de los partidos políticos, y por la creación de organizaciones en la sociedad que sepan tratar con los partidos de tú a tú, y no que estén subordinadas a los intereses de los partidos. Esto es lo que ha ocurrido en el país. El Frente y Arena han desmovilizado a la sociedad o la movilizan cuando les conviene, a través de las redes clientelares. Ese descontento social tiene que pasar del “bla, bla, bla” a una expresión organizada.
Si todo permanece constante, ¿de dónde viene el cambio? Obviamente, esto no es fácil ni espontáneo. Quienes tienen más claridad de lo que pasa en la sociedad tienen que aportar a la organización de la sociedad, y eso cuesta. Sin embargo, hay instituciones importantes, como las Iglesias, que tienen organización territorial. No se trata de crear un partido católico, no estoy hablando de eso. Pero los líderes de las Iglesias evangélicas y católica sí que deberían de tener un papel más protagónico en la política. Esto por poner un ejemplo de qué tipo de organizaciones pueden crear una fuerza social organizada que haga balance al poder económico y político, que en este caso está concentrado en Arena y el FMLN. Acá es un tema de ya no darle más cancha a estos dos partidos.
Ya hablamos de las acciones del lado de la ciudadanía, pero desde adentro del sistema, ¿habría alguna acción que se pueda tomar?
Desde adentro del sistema, este año hay un proceso importante para todos los partidos: la elección de candidaturas. Acá le toca a la militancia que no está de acuerdo con todo lo que hacen sus dirigentes hacer la lucha interna en su partido. Esta es una posibilidad que antes no había. Sin embargo, si utilizan esas elecciones solo para ratificar unas candidaturas ya seleccionadas por la dirección, entonces perdemos oportunidades. La militancia, la base de los partidos, aquellos que dan la vida por la cúpula tienen que darse cuenta de que hay problemas y que tiene que haber un relevo. No es posible que los partidos estén siendo dirigidos por gente que, prácticamente, ha sido su dirección desde que los partidos se originaron. Como que si no hubiesen otros militantes que tienen capacidades.
Pero no nos imaginemos solo al militante que se ocupa para organizar un mitin. También hay gente profesional que no está en un puesto de gobierno ni en la Asamblea, pero son del partido. Su vida depende de su trabajo, del ingreso que tienen como médicos, abogados, administradores de empresas, enfermeras, maestros... todos ellos no creo que ignoren que estamos en una situación complicada. Tienen que examinar cuál puede ser su contribución para sanear desde adentro al sistema. Lo que yo no creo es que sean las cúpulas las que lo van a sanear, la salida no va a venir de arriba. Para seguir con la metáfora del paciente: no va a venir de la parte enferma la solución a la enfermedad.
La responsabilidad está en la ciudadanía, entonces. La misma que está descontenta tiene que hacer algo.
Claro. Lo que he explicado. Probablemente, a una persona que está vendiendo en una tienda o en el mercado, que está en su casa haciendo las tareas domésticas o que está desempleado, ni le va a interesar. Pero a las universidades, a las Iglesias, a algunos medios de comunicación, a algunas organizaciones sociales que trabajan estos temas, sí. Lo que hace falta es organizar el descontento, de manera creativa y pacífica. Utilizar las posibilidades que el sistema ofrece, no dejárselo a los partidos. Es esto lo que ya tendríamos que haber aprendido. Lo que se requiere es involucrarse. Hablar de estos temas desde afuera siempre va a ser más fácil, sin costos. Pero no tendrá efectos.