El emperador y el gobernador provincial

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Rodolfo Cardenal
20/02/2025

Entre Bukele y Trump se observan algunas coincidencias interesantes. No es una relación entre iguales o aliados. Los separa un abismo infranqueable y ninguno tiene socios, sino subordinados. La relación es similar a la del emperador romano con el gobernador de una provincia imperial.

Los dos comparten la misma visión de la criminalidad. Trump considera criminal al indocumentado residente en territorio estadounidense, independientemente de si tiene empleo, paga impuestos y contribuye con la comunidad. Bukele cataloga como criminal a todo aquel que está o parezca estar relacionado de alguna manera con las pandillas, a los líderes comunitarios independientes y a sus enemigos personales. Ambos socializan la criminalidad, sin distinguir grados de culpabilidad y exigen cuotas de capturados para exhibir su éxito. Las redadas de Trump maltratan a los latinoamericanos, documentados o no, y también a los estadounidenses. Las de Bukele actúan con la misma arrogancia en las poblaciones con los ingresos más bajos.

Los dos dan el mismo tratamiento vejatorio e inhumano a los catalogados como criminales. Trump los deporta como animales, encadenados y humillados. Bukele da a sus criminales el mismo trato y, además, los tortura. Trump pretende imitar a Bukele y convertir Guantánamo en una megacárcel para encerrar a unos 30 mil de “los peores criminales extranjeros ilegales que amenazan al pueblo estadounidense”, entre ellos a los salvadoreños. Bukele no ha levantado un solo dedo para defender a la diáspora salvadoreña, aun cuando, según dice, aportó buenas cantidades de dólares para sus campañas electorales.

Trump y Bukele olvidan que, un día no lejano, sus antepasados inmediatos fueron inmigrantes. Según la lógica del primero, las poblaciones originarias sobrevivientes bien pueden tratar como criminales a la mayor parte de la ciudadanía estadounidense. Los apellidos los delatan. Bukele ha olvidado el profundo desprecio de la oligarquía agroexportadora tradicional a los inmigrantes de origen árabe, católicos y musulmanes.

El discurso del emperador y su gobernador siembra división y odio. Hay latinoamericanos nacionalizados estadounidenses tan ensoberbecidos que aborrecen a sus compatriotas indocumentados y los denuncian para ser deportados. Los creyentes no debieran olvidar que Dios ordena no maltratar ni oprimir a los extranjeros, “pues extranjeros fueron ustedes en el país de Egipto”.

Trump considera genios empresariales a los multimillonarios tecnológicos, a quienes atribuye una creatividad, una audacia y una experiencia únicas. Bukele también siente debilidad por ellos. Recibe a los multimillonarios extranjeros con exhibiciones de una opulencia que no posee y se ha rodeado de promotores fanáticos de las criptomonedas. Sin embargo, no dispone aún del capital que da acceso al exclusivo círculo de los multimillonarios. Aunque el clan Bukele se afana para alcanzar esa meta. El Estado es para ellos, y para Trump también, un negocio muy rentable. Tanto Trump como Bukele abusan de la posición que les da la riqueza para promover inescrupulosamente sus intereses económicos. Los dos persiguen furiosamente a sus enemigos personales, a quienes acusan de corrupción, mientras ignoran cándidamente los delitos de sus amigos. La riqueza y el poder demostrarían su grandiosa capacidad para los negocios, su valor supremo. En la práctica, derrochan arrogancia y siembran inestabilidad.

Trump pretende expulsar a los palestinos de la franja de Gaza para transformarla en “la Riviera del Oriente Medio”. Bukele construye la suya, mucho más modesta, en el litoral pacífico, para lo cual expulsa a los campesinos pobres. Trump suprimió de un plumazo Usaid, una importante agencia de ayuda humanitaria y también fuente de financiamiento de la agenda de Washington en el mundo desde su fundación. Bukele aplaude la supresión, porque habría financiado a los periodistas y los medios independientes, que lo incomodan con sus críticas y denuncias. Los dos mandatarios alientan la desinformación y ambos permanecen cautivos de sus propios fantasmas.

Una diferencia importante es que Trump, aunque ordena vociferante e ininterrumpidamente, está sometido a los controles de los poderes legislativo y judicial, mientras que Bukele los anuló de un plumazo para hacer a su gusto. Voces cercanas a Trump le sugieren seguir el ejemplo del salvadoreño. No les será nada fácil. Podrán corromper y debilitar la institucionalidad estatal, pero está es más poderosa que sus deseos.

El emperador y su gobernador provincial son al mismo tiempo cercanos y lejanos. El poder y la riqueza son inmensamente desiguales. Más importante aún, el gobernador está sometido a la voluntad del emperador. Si lo contraría o lo defrauda, es defenestrado.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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