A las cosas por su nombre

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Proceso
22/04/2021

El proceso de vacunación contra la covid-19, que inició el 17 de febrero y que ya ha alcanzado más de medio millón de salvadoreños, es uno de los mejores alicientes para enfrentar con esperanza el futuro cercano. Especial mención en este proceso merece el personal de salud que con diligencia y amabilidad atienden a las miles de personas que llegan a diario a aplicarse la primera dosis de la vacuna. Sin embargo, reconocer sin ambages este gran acierto, no da licencia para cerrar los ojos a algunos aspectos que, en el contexto de la pandemia, generan muchas preguntas.

Por ejemplo, un primer aspecto se refiere a la decisión de convertir en un gran centro de vacunación lo que se anunció como una de las fases del hospital más grande de América Latina para atender víctimas del coronavirus. ¿Qué impacto tiene esta inesperada decisión en el presupuesto que se había destinado para la construcción? Porque no es lo mismo lo que se invierte en un hospital con más de dos mil camas, mil de ellas equipadas como Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), que en un centro para aplicar vacunas, por grande que este sea. Efectivamente, cuando a mediados de marzo del año pasado el presidente Bukele anunció con altavoces la construcción del hospital en 100 días, dijo que costaría $70 millones de dólares y que tendría 2,300 camas, 300 UCI y el resto para atención general. Tiempo después se dijo que el hospital costaría más dinero, que tendría mil camas UCI, pero nunca se dio un informe con detalles. El 10 de agosto de 2020, el presidente Bukele afirmó en una conferencia de prensa que se tenían 400 camas UCI ya funcionando. Sin embargo, en un artículo publicado1 en la prestigiosa revista científica británica The Lancet en diciembre de 2020 y que algunas fuentes atribuyen a un encargo del gobierno salvadoreño, se afirma que el hospital El Salvador cuenta con 105 camas UCI, 143 camas de cuidados intermedios, 18 médicos intensivistas, 25 de medicina interna, 318 médicos generales y 492 enfermeras. Por muy positivos que sean todos estos datos, que lo son, están lejos del anuncio oficial del presidente. A lo mejor, no se ha invertido todo el dinero y lo que falta se utilizará en el equipamiento del hospital en un futuro, pero esto no pasa de ser especulación mientras el gobierno no revele lo que realmente ha gastado en el hospital.

En febrero de este año, en la misma revista The Lancet, se publicó otro artículo titulado “Hospital El Salvador: quedan preguntas más amplias”2, en el que se cuestiona lo dicho en el artículo publicado en diciembre. En este artículo se mencionan las medidas decretadas por el gobierno durante la cuarentena porque resultaron en “abusos cuestionables contra los derechos humanos”, se pregunta por quiénes fueron los que tomaron la decisión de construir el hospital y por el enfoque de género con el que funciona. En el fondo plantean ¿Por qué se tomó la decisión de invertir en el tratamiento de los muy enfermos, en lugar de los esfuerzos para reducir la propagación de la enfermedad? Las intervenciones más efectivas contra COVID-19 son a nivel poblacional. La inversión financiera en el Hospital El Salvador, aunque no pública, debe ser sustancial. Este hecho debe entenderse en un contexto donde millones de salvadoreños viven en extrema pobreza sin acceso a agua para lavarse las manos y donde un gran sector informal depende de un ingreso diario y no puede aislarse”.

En esta línea que señala The Lancet, queremos destacar un segundo aspecto alrededor de la construcción del megahospital o megacentro de vacunación. Se ha afirmado a los cuatro vientos que se ha transformado el sistema de salud. Pintar y retocar las fechadas de hospitales y construir uno nuevo, siendo avances importantes, no son suficientes para cambiar un sistema de salud que ha estado en condiciones deplorables desde hace muchos años. Transformar el sistema de salud implica hacer universal el derecho humano a la salud que incluya a toda la población en igualdad de condiciones, independientemente de su situación económica. Costa Rica, para no ir más lejos, incluye en su sistema de seguridad social a toda su población sin excepción, mientras que en El Salvador seguimos teniendo tres sistemas de salud que son un reflejo de la desigualdad que impera en la sociedad. Un derecho que no es de todos es un privilegio, y eso es lo que ha pasado con la salud así como con la educación, el empleo, el agua y la vivienda en el país. Cambiar el sistema de salud implica homologar un reconocimiento digno a todos los trabajadores de la salud, que han sido y siguen siendo los verdaderos héroes de esta pandemia; exige no hacer que la población llegue a mega centros, sino llevar la salud a la población y hacer que en todas las regiones del territorio hayan hospitales escuelas donde se formen las nuevas generaciones de profesionales que no luchen entre sí por encontrar un cupo en la ciudad capital. Transformar el sistema de salud implica hacer cambios mucho más profundos.

Al César lo que es del César. El proceso de vacunación es algo positivo para el país y genera esperanza y ánimo en la población. Sin embargo, lo positivo no exime de rendir cuentas sobre lo que se ha invertido en la atención de la pandemia y en el inesperado cambio del hospital por un centro de vacunación. Y aunque el cambio puede ser entendible y justificable, el gobierno debe transparentar el uso del dinero del pueblo salvadoreño. La verdad no hace daño a quien la dice sino a la conciencia de quien la oculta, por eso hay que decir también que aunque los cambios cosméticos y puntuales son buenos, están lejos de ser una verdadera transformación del sistema de salud. Ojalá solo fueran la víspera de esos cambios reales.

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1. Artículo en https://www.thelancet.com/journals/langlo/article/PIIS2214-109X(20)30513-1/fulltext

2. Artículo en https://www.thelancet.com/journals/langlo/article/PIIS2214-109X(21)00048-6/fulltext

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 41.

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