Con la reelección se consuma la dictadura

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Proceso
30/09/2022

“El que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre pero que no grite cuando lo pisen”.
Emiliano Zapata

 

El presidente Bukele en su discurso del Día de la Independencia anunció que buscará la reelección presidencial en las elecciones del año 2024, algo que la Constitución de la República prohíbe en, al menos, seis de sus artículos, pero dicho anuncio ya se esperaba dado el comportamiento autoritario de su gestión de gobierno. En términos políticos el anuncio del presidente se puede interpretar como el inicio formal de su régimen dictatorial, caracterizado por ser no democrático, no constitucional y por el uso desmedido de la fuerza policial y la violencia ejercida en las redes sociales contra los que se consideran opositores por pensar distinto.

La gestión del presidente Bukele se considera como no democrática debido a que no respeta el Estado de derecho, concentró y fusionó el poder de los tres órganos de Estado en uno solo y controla la mayoría de instituciones que deberían de hacer contrapeso al ejercicio del poder. Además, ha sido un gobierno no constitucional porque no cumple ni respeta la Constitución y,  prácticamente, es el presidente quien actualmente hace y deshace las leyes del país, es decir, que prácticamente el presidente no tiene límites en su ejercicio del poder. Finalmente, el actual gobierno ha utilizado más la fuerza que el diálogo, ya que mantiene en vigencia un régimen de excepción por alrededor de seis meses, viola sistemáticamente los derechos humanos, deja morir a personas inocentes (personas sin vínculos con pandillas) en las cárceles, destruye instituciones gubernamentales, despide a empleados públicos de manera antojadiza y controla totalmente a la Policía Nacional Civil (PNC) y a la Fuerza Armada. Son suficientes elementos que caracterizan esta gestión como un régimen dictatorial.

Con el discurso del 15 de septiembre, ya no hay duda de que el presidente escogió el camino oscuro de la concentración y abuso del poder que, a su vez, conduce a la corrupción. Y como sucede en todo régimen dictatorial, la incertidumbre política tomará control de su gestión puesto que la sucesión de su poder dictatorial no está garantizada y las “conjuras de palacio”, como se les llama en la historia política,  asomarán a su reinado: rebeliones, golpes de Estado, uso desmedido de la fuerza, represión militar, etc. Quizá por eso de las “conjuras”,en su discurso reciente en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Bukele expresó lo siguiente: "el vecino rico no tiene autoridad de decir al vecino pobre que regrese al pasado, porque no puede pretender mandar en casa ajena. En segundo lugar, ese vecino pobre ya intentó seguir las órdenes del vecino rico y no le pudo haber ido peor. Y en tercer lugar, porque lo que está haciendo [el vecino pobre] le está funcionando por primera vez". Algo que sí deben tener claro los que aplaudían y gritaban “reelección” mientras levantaban el brazo derecho empuñado (como fanáticos fascistas) es que las dictaduras, como muestra la historia, no tienen garantizada la continuidad ya que se convierten en gobiernos de facto, es decir, que no están reconocidos oficialmente por alguna norma jurídica.

Lo que acaparó los reflectores alrededor del esperado anuncio de la reelección, fueron las declaraciones del arzobispo de San Salvador que, en conferencia de prensa el pasado 25 de septiembre, dijo: "El hecho es que el pueblo quiere que el presidente se reelija. La Corte también ha dictado una sentencia sobre el tema interpretando la Constitución de forma que se pueda elegir. Inmediatamente, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) dijo que cumpliría la sentencia, que de por sí es una sentencia de obligatorio cumplimiento". Las reacciones no se hicieron esperar, porque las palabras del prelado se entendieron como un apoyo a la pretensión del presidente. Las reacciones, la mayoría, incluyendo la del mismo presidente y sus seguidores, respaldaron al arzobispo, otras, entre las que estuvieron las de feligreses, sacerdotes y obispos, se distanciaron de sus declaraciones. Tanto revuelo generaron sus palabras, que monseñor Escobar Alas emitió una aclaración grabada en video que fue absolutamente infructuosa. La historia enseña que el principal argumento utilizado por las dictaduras, para legitimarse, es que el dictador “representa” la voluntad popular. La postura del arzobispo era innecesaria ya que la propaganda política y la manipulación política -de este gobierno-  en la mayoría de medios de comunicación se encarga de reforzar la idea de que es  el pueblo el que pide la reelección. El arzobispo pudo dar “voz” a las organizaciones sociales que desfilaron en la calles de San Salvador -el 15 de septiembre-, las cuales exigían justicia y respeto a los derechos humanos; sin embargo, optó por reforzar el principal argumento que utiliza el oficialismo para justificar la reelección.

 

¿Pero a qué tipo de dictadura se mueve el país?

Es complicado en este momento proponer un tipo de dictadura, pero una primera aproximación es que se trata de  una dictadura totalitaria en contraposición a autoritaria Y es totalitaria  ya que se basa en el monopolio de los instrumentos coercitivos: policía, ejército, burocracia gubernamental, control de las magistraturas. De igual manera, se fomenta la fascinación de la masas con el dictador y se agrega -poco a poco- el control de los medios de comunicación masiva y la educación; es decir, se observa que la pretensión de la clase política dirigente es hacia un control total de las vidas colectivas y privadas de los ciudadanos. Además, aunque la propaganda política vende a la dictadura como revolucionaria (“un nuevo país, ahora verdaderamente independiente'') en el fondo se trata de un movimiento político conservador del statu quo, principalmente el económico, con la incorporación de una nueva oligarquía que busca una porción del pastel económico. Y finalmente, en cuanto al origen de la dictadura,  se trata de una dictadura política (no militar ni burocrática) constituida por una facción política de los partidos tradicionales, oportunista y arribista, con una intensidad ideológica alta de tipo fascista.

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 105.

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