“¡Nosotros cumplimos lo que prometemos y hasta más!”, Nayib Bukele.1
En noviembre de 2018, el entonces candidato a la presidencia por el partido GANA, Nayib Bukele, realizó un evento electoral dentro de las instalaciones de la Universidad de El Salvador (UES). Frente al público asistente hizo una serie de promesas que contrastan con su actuaciones ahora que ya se encuentra en el Ejecutivo. Este año, autoridades de la UES denunciaron que el Ministerio de Hacienda les había notificado de un recorte de más de $3 millones en el techo presupuestario para el año 2021. A los pocos días, Bukele declaró en su cuenta de Twitter que se iba a incrementar en $10 millones el presupuesto 2021 para la única universidad pública en el país, muy probablemente en respuesta al cálculo de costo electoral que el recorte tendría. Este hecho bochornoso –tanto para el presidente como para sus seguidores, especialmente para aquellos que le apoyaron desde la UES– contrastan con las palabras que Bukele expresó en el mitin dentro de ella. Aquí están algunas de esas declaraciones:
En Centroamérica, el país que más invierte en educación pública es Costa Rica. Debido a las publicaciones científicas, la comodidad digna de sus instalaciones, calidad académica, entre otros indicadores, las universidades públicas costarricenses tienen un nivel muy superior a la universidad pública salvadoreña. Según la promesa de Bukele, El Salvador tendría que colocarse por encima de este otro país de la región en materia de inversión en educación superior pública. Sin embargo, hay que tener clara una diferencia importante entre ambos países: según datos del Banco Mundial de 2018, Costa Rica invirtió en educación pública alrededor de 7 puntos porcentuales de su PIB. Mientras que en el caso salvadoreño, el Estado invirtió apenas un 3.6 por ciento del PIB en el mismo periodo.
La promesa de incrementar $10 millones al presupuesto 2021 de la UES no representa un alza sustantiva en el porcentaje del PIB que el Estado salvadoreño invierte en educación. Lejos se está, pues, de superar el 7 u 8 % del PIB que invierte en educación el estado costarricense.
Además, si el gobierno sigue destinando más fondos al ejército que a la educación pública, Bukele estará aún más lejos de cumplir su palabra de convertir a la UES en la mejor universidad de la región. A esto se suma que antes de la pandemia, en marzo de 2020, los cambios prometidos no eran palpables ni había indicios de mejora en las instalaciones de la Universidad. Por ejemplo, sus bibliotecas seguían en la misma dinámica de antes: abiertas con horarios restringidos (algunas incluso las cierran a mediodía), con sitios de estudio sin aire acondicionado o con muy mala ventilación, con mesas y sillas incómodas o arruinadas, sin acceso a secciones de estanterías abiertas, sin catálogos de consulta de alta calidad técnica-informática, sin servicios sanitarios básicos, sin áreas dedicadas a la investigación de especialistas o posgrados, etc.
Por su parte, las autoridades de la Universidad tampoco han dado señales claras de intentar subsanar vicios -encubiertos bajo el discurso de la “autonomía universitaria”- al interior del centro de estudios. Para ello, hace falta mucha valentía al hacer frente a grupos oscuros en su interior que libran sus luchas llenas de intrigas nada académicas y que deberían incluso investigarse con ayuda de la Fiscalía General de la República (FGR) o de la Corte de Cuentas de la República.
Con todo, la situación coyuntural de la UES refleja algo más profundo de la configuración sociopolítica de este país con relación a la inversión en educación superior con miras al progreso colectivo. En El Salvador, históricamente, en lugar de promover el conocimiento científico para mejorar las condiciones de vida de las mayorías, se tuvo gobiernos militares que cerraron por años la UES y que, en lugar de darle premios a algunos de sus más destacados investigadores, asesinaron a sus integrantes, incluso a un rector. Este daño ocasionado a la educación sigue presente en la sociedad salvadoreña en donde siguen existiendo grandes obstáculos para quienes buscan superarse desde la formación académica. y donde siguen existiendo facilidades contextuales para que los jóvenes tengan acceso a las armas de fuego o ingresen en organizaciones delincuenciales.
Luego de las dictaduras militares, los gobiernos civiles heredaron una práctica que ha sido continuada de manera intacta en el presente: el acceso a una educación superior, gratuita y de alta calidad académica no es prioridad. No lo es por falta de conciencia de los grandes beneficios que implica invertir en ciencia o en educación superior. Lo es por falta de voluntad política, basada en miopes cálculos electorales y no en un proyecto de país a largo plazo.
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1. Discurso completo de Nayib Bukele en la UES, 16 de noviembre de 2018: https://www.youtube.com/watch?v=90qsjB8XpyI
* Carlos Hernández, docente del Departamento de Filosofía. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 15.