Hace ya un siglo, en 1922, el poeta británico T.S. Elliot escribió uno de los poemas más importantes de la lengua inglesa: La tierra baldía (The Waste Land). Su poema iniciaba con un verso que, a partir de entonces, ha sido repetido en innumerables ocasiones. “Abril es el mes más cruel…” en un intento de mostrar las contradicciones humanas que desde siempre nos habitan. En nuestros tiempos, y en la sociedad salvadoreña, marzo, en cambio, es un mes de memoria y de historia. El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una fecha que busca visibilizar los problemas que las mujeres tienen aún para incorporarse plenamente a la vida social. En marzo también, el día 24, El Salvador se une a la conmemoración mundial por la dignidad de las víctimas y el derecho a la verdad, instituido en memoria de monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Durante los últimos años, en muchas sociedades se ha afianzado la idea que las luchas y las reivindicaciones feministas son simplemente una violencia sin sentido. Presidentes como Jair Bolsonaro y Donald Trump no solo han atacado la dignidad de muchas mujeres con sus discursos, sino que además, han apoyado políticas que vulneran la situación de muchas mujeres. Además, para difundir su pensamiento, también inventaron un término que circuló rápido por las redes sociales: “la ideología de género”, un concepto suficientemente vago y amenazador. Las ideologías no son algo bueno, no son utopías, son por naturaleza alienantes y peligrosas y deben ser desenmascaradas. Esto ha empezado a suceder con las luchas y reivindicaciones de las mujeres en muchos lugares del planeta y la sociedad salvadoreña no es la excepción. La violencia hacia las mujeres atraviesa clases sociales, ideologías y orígenes.
La construcción de la mujer como enemiga no es algo nuevo. El historiador y periodista francés Guy Bechtel, revisó la manera en cómo la sociedad occidental se apoyó en la religión para construir cuatro grandes arquetipos femeninos: bruja, santa, puta y tonta, con los que las mujeres podían ser etiquetadas y, según sea el caso, adoradas o condenadas.
Marzo, en América Latina, es un mes para visibilizar que todavía se vive en un territorio cruel y hostil. Y que esa crueldad está en muchas partes. Wikipedia, que es un espacio de conocimiento accesible y colectivo, ilustra algunos datos sobre ello: “en términos globales, en todo el mundo las mujeres están por debajo de los varones en todos los indicadores de desarrollo sostenible. Las desigualdades de género se observan en que las mujeres conforman casi dos tercios de los analfabetos del mundo. Se habla de feminización de la pobreza porque la mayoría de los pobres del mundo son mujeres. Las mujeres tienen menos acceso a los servicios sociales básicos que los varones.? Las mujeres tienen 11 puntos porcentuales más de probabilidad de no tener comida.? La brecha salarial muestra que las mujeres ganan menos dinero que los varones por el mismo trabajo y, aun las que están más educadas que ellos, consiguen trabajos de menor jerarquía.? Existen 39 naciones en las que los hijos varones tienen derechos de herencia que las hijas mujeres no, y solo el 2% de la tierra del planeta pertenece a mujeres mientras que el 98% restante es de varones”. La academia en general y nuestras propias universidades no son una excepción a esta realidad. Más bien, la reflejan.
No siempre fue fácil para las mujeres acceder a la instrucción necesaria para dedicarse a la ciencia. Hubo un tiempo en el mundo y en El Salvador donde se pensaba que las mujeres no tenían un cerebro adecuado para entender los procesos complejos que se requerían para investigar. Todo el entendimiento de la mujer debía concentrarse en educar a sus hijos. No más. Sin embargo, muchos hombres y mujeres señalaron que no era cierto y El Salvador fue pionero en implementar políticas educativas que permitieron que las mujeres pudieran acceder a los conocimientos de la ciencia exacta, la ciencia social, las humanidades. Cuando revisamos las estadísticas se puede evidenciar que en El Salvador la mayoría de académicos graduados como doctores son hombres. Tenemos también más académicos hombres que se dedican a tareas de investigación que mujeres. Tenemos más hombres que son legisladores y ministros que formulan las políticas que nos permiten hacer investigación y que las piensan desde su realidad.
Esto no quiere decir que no sea posible para las mujeres dedicarse a la ciencia. Los datos de países del primer mundo muestran que los equipos de investigación que están constituidos por hombres y mujeres suelen ser más exitosos. Después de mucho tiempo y reflexiones, en las universidades sabemos que no basta con permitir que las mujeres tengan acceso a los espacios de educación e investigación de la ciencia. Es urgente construir políticas y tomar decisiones que permitan a las mujeres acceder a becas, que las tareas de cuido sean apoyadas de manera colectiva, que se inculque a las niñas la idea de que no hay tarea científica a la que no puedan dedicarse. Desde la UCA, seguimos esforzándonos e impulsando espacios en donde tanto hombres como mujeres puedan dedicarse a la ciencia. De igual forma, hacemos un llamado para que las instituciones educativas, sus directores, las familias y nuestras universidades se comprometan a ello.
Como decía Ruth Bader Ginsgburg, la magistrada de la Corte Suprema de Estados Unidos, “Rezo para que yo pueda ser todo aquello que (mi madre) habría sido si hubiera vivido en una época como esta". Una época en donde ser feminista sea un valor admirado y en donde marzo nos recuerde las batallas que aún nos faltan, pero en las que andamos, todas y todos, comprometidos.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 37.