La crisis sanitaria —y social—, ocasionada por la covid-19, nos lleva a vivir un dolor comunal, colectivo e individual. Una vivencia ha sido experimentar (más aún) la muerte en tercera persona como diría Vladimir Jankélévich. Esta se vive cotidianamente, se acerca a nosotros a través de las estadísticas, de los medios de comunicación, sean estos masivos o alternativos, y, claro, por medio de las cifras de fallecidos. Aunque se presenta de manera constante, se mantiene en una esfera lejana, pues a pesar de que sucede en alguna parte y en algún lugar, parece habitar en el terreno de la lejanía.
Pensar en las formas de vivir los ritos y los rituales alrededor de la muerte (y el manejo de las exequias) siempre representa un reto, y en esta coyuntura de pandemia, donde los rituales han sido alterados, se presenta un momento interesante para reflexionar en temáticas como el duelo, los rituales, el luto, los enlutados, y por supuesto, la muerte. Aunque, como mencionaba Chestov (1938), todas las reflexiones en torno a la muerte provienen de la vida misma, y en consecuencia, son aproximaciones. Las temáticas en torno a la muerte pueden resultar un tanto complejas y a veces perturbadoras, pero siempre han ocupado largo y arduo tiempo en la mente de grandes pensadores y en diferentes disciplinas y culturas.
Un ejemplo fue el trabajo de Simone de Beauvoir titulado La ceremonia del adiós, donde se plasman reflexiones que vienen desde y para Sartré en el marco de su fallecimiento. Estas reflexiones tienen como base los trabajos de Martin Heidegger y estas, a su vez, fueron influenciadas por Aristóteles, Kant, entre otros. Muchas de las reflexiones actuales sobre la muerte, de manera no intencional, son quizá el resultado de un pluralismo disciplinar e incluso metodológico que dio pauta a esfuerzos como la investigación de los comportamientos mortuorios y el origen de estos. Justo en el año 2020 el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) concluyó que muy posiblemente los comportamientos mortuorios y fúnebres se presentaron en diferentes etapas de la humanidad y antes de lo previsto en hallazgos previos en materia de paleoantropología (Sala, 2020).
Estos estudios pretenden averiguar si la cultura de la muerte, y los comportamientos mortuorios y fúnebres, son previos a los neandertales y a los humanos considerados anatómicamente modernos (Sala, 2020). Esto es importante y muestra cómo la temática en torno a la cultura de la muerte es un proceso de construcción y reconstrucción y no un conjunto de verdades absolutas y enfoques omnicomprensivos. Los rituales fúnebres y el luto tienen una función intrapsíquica importante, pues ayudan a los familiares y personas significativas en su proceso de aceptación de la pérdida, incluso las manifestaciones públicas del dolor pueden ser el punto de partida para el duelo. Van Gennep (2008) decía que el luto era un “estado de margen para los supervivientes”, quienes, a través de ritos de separación e integración con la sociedad, forman una “sociedad especial”, una que está situada en un espacio complejo entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.
Desde el campo de la historia, Ariès prestó especial atención a explicar la transición de los modelos de la muerte y enfocó su trabajo en el círculo de actores alrededor del difunto —hoy el cuerpo— pues cada uno asume un rol que tiene punto de partida en los dolientes e incluso en quienes manejan las exequias (Ariès, 2011; Jay y Olson, 1974). Otros autores como Radcliffe-Brown (1989) ilustraron cómo los rituales tienen la función de socializar las transiciones y preservar la estabilidad social e inclusive facilitar formas de expresión del dolor que han sido construidas socialmente. Norbert Elías destacó cómo la estructura personal adopta una relación profunda con los rasgos de la estructura social, en este caso, la cultura de la muerte en las personas representa una asimilación de la estructura social (Elias, 1989). Por su parte, Manilowsky (1948) examinó la noción de la inmortalidad, sobre todo a la base de la idea de un espíritu que, a pesar del cese de la actividad vital, continuaba un camino independiente. Así, estos trabajos nos enseñan que la muerte y la concepción acerca de ella se vincula a una construcción cultural, donde en diferentes casos se marcan rutas que facilitan la llegada al “más allá”, formas deseables y no deseables de morir, y una serie de rituales esperados y merecidos que pueden variar dependiendo de la cultura (Gayol y Kessler 2011; Manilowsky, 1948).
Un ejemplo de ello fueron, por ejemplo, los trabajos de Nancy Scheper-Hughes1 que conducen al replanteamiento del estudio sobre los rituales y el duelo y a re-pensar el luto, el duelo, y el vínculo afectivo entre madre e hijo. En ese sentido, resulta necesario pensar la muerte y el duelo desde la cosmovisión, desde la interculturalidad, desde lo artefactual también. Esto puede servir inclusive para reducir un poco la deuda con las visiones estructurales, funcionalistas y de corte positivista que se expresan a través de nociones canónicas de experiencias y duelos generalizados, secuenciales e incluso de formas “apropiadas” para sacarnos del terreno de lo “anormal” que posiblemente llegue a gobernar la vida del enlutado, y claro, regresarnos urgentemente a la normalidad.
Morir en pandemia
La presencia del coronavirus acercó a las personas a “forma” o la posibilidad de pensar y experimentar la muerte, pues cuando tocó a sus seres queridos, apareció la idea de una muerte en segunda persona. Usualmente esto lleva a una reflexión más profunda sobre la muerte, donde sin duda alguna pensamos en las esencias, las presencias, y sobretodo: las ausencias (Jankélévich, 2009). De forma esencial, y sin el mayor ánimo de patologizar o promover etapas o fases secuenciales y prescriptivas, quien vive la muerte en segunda persona (el otro) se encuentra en la antesala del duelo, pues atraviesa una experiencia que impulsa un hito en su vida, un hito caracterizado por el “antes” y el “después” de esa muerte. Para el mismo autor cuando se vive la muerte del prójimo, “lo inconsolable llora lo irremplazable”, y emerge una reflexión sobre el pronombre restante: la primera persona, la quasi mortem propiam (Jankélévich, 2009).
En El Salvador, al igual que otros países, una de las medidas que se adoptaron de inmediato con la finalidad de reducir la velocidad de propagación del virus fue el diseño de un documento titulado “Lineamientos técnicos para el manejo y disposición final de cadáveres de casos COVID-19”, que sufrió algunos cambios que dieron como resultado tres ediciones del mismo documento entre el período de marzo a junio de 2020. En síntesis, los lineamientos —y medidas de bioseguridad — dictan una serie de procedimientos acerca del manejo y disposición final de cadáveres (Ministerio de Salud, 2020). Su objetivo principal era prevenir el contagio, tanto en el personal encargado de la disposición de cadáveres y del manejo de las exequias (público y privado), como también en las personas significativas en la vida del fallecido.
Pero las medidas adoptadas no sólo implican cambios alrededor del manejo de cuerpos y rituales fúnebres, sino también una alteración a lo conocido, a la tradición y, por ende, a una serie de expectativas e ideas previas acerca del deber ser en torno a la muerte. Los matices sobre el manejo de las exequias fueron alterados. Lo conocido pareció diluirse en un período de incertidumbre e impotencia. Las redes de individuos alrededor del fallecido-sus familiares, sus amistades, sus colegas, sus conocidos, su comunidad- y otros componentes tan característicos en los funerales y los entierros, tan propios de nuestra cultura, fueron alterados, reducidos y en algunos casos, suprimidos en su totalidad. En la actualidad, morir en pandemia implica que el fallecido, aparte de ser clasificado de aquí en adelante como “cuerpo”, es también una amenaza, pues ese “cuerpo” es en sí mismo —y ajeno a su voluntad—una probabilidad de contagio. El fallecido, el cuerpo, ese que para algunas culturas está a una corta distancia de encontrar una paz eterna, tiene una nueva facultad: la de afectar a sus seres queridos, e incluso afectar grupos y círculos ajenos a su conocimiento a través de un virus.
Ese cuerpo partió del mundo de los vivos, o como diría Alejo Carpentier “del reino de este mundo”, totalmente ajeno a las prácticas tradicionales. Muy probablemente, la autopsia- cuya realización data desde la época de plagas de Bizancio en 1826- no le fue realizada. Además, como resultado de los protocolos de bioseguridad implementados a causa de la pandemia de covid-19, no tuvo ni prácticas de embalsamamiento ni mucho menos un cuidado estético de restauración y reconstrucción de lo que en vida fue su cuerpo.
Nos encontramos ante un fenómeno que impacta a la humanidad, una pandemia que a pesar de no ser la primera que enfrenta nuestra especie, nos prohíbe aquello que nos resulta tan familiar, estar cerca, besar, compartir, abrazar, y por supuesto, despedirnos. Las velas, el ataúd abierto, los actos religiosos, las despedidas emotivas y los arreglos florales son temporalmente una transgresión, pues pasaron de ser una tradición a formar parte del terreno de lo prohibido. El “cuerpo” pasará de manera rápida al féretro. El tiempo de preparación y arreglo durará pocos minutos. Algunos detalles como las invitaciones a los funerales formarán parte del recuerdo y los protocolos de vestimenta —y de comportamiento— durante el luto serán historia y cuento de otra época. En este contexto, los guantes desechables y un traje similar al de un buzo (amarillo, blanco o casi gris), las mascarillas N95 (blancas o negras), la careta y las botas estilo bombero han sustituido al traje o al vestido oscuro, tan característico del luto en nuestra sociedad. Los zapatos negros —lustrados— y la procesión al destino final, que se suele imaginar en compañía de los seres queridos, será en la actualidad una corta despedida, una con no más de cuatro personas, y tal vez alguna persona intrépida, que con suerte pueda vislumbrar esa partida desde lejos, bien sea desde un muro del cementerio o desde alguna plataforma virtual.
La muerte en pandemia no solo debe pensarse desde un enfoque biomédico. Esta coyuntura exige una reflexión desde lo material y lo simbólico, hasta lo físico y lo social. La mal llamada “nueva normalidad” no solo afectó las rutinas y lo cotidiano, sino también la cultura de la muerte. Históricamente, el duelo se asocia a la muerte, los rituales fúnebres y el luto. Aunque en realidad, estas formas de expresión en la cultura y el fenómeno de la muerte son parte de una gama de reflexiones, y estas, independiente del tipo de expresión mortuoria y la alteración en los rituales fúnebres, son la base para comprender el comportamiento en torno a la cultura de la muerte. Esto representa una expresión del pensamiento simbólico y ritual y nos acerca a comprender aún más el fenómeno humano.
Un funeral, un entierro y cualquier expresión de la cultura de la muerte es la yuxtaposición de una innumerable cantidad de eventos sociales, culturales, económicos, ambientales, psicológicos, espirituales y políticos que confluyen en un espacio y tiempo determinado. Reflexionar sobre la cultura de la muerte en el contexto actual revela cómo los seres humanos construyen una serie de estrategias que les permite conducirse a través de las diferentes transiciones de ese fenómeno que ha sido pensado desde siglos atrás, pero que en la práctica, resulta incognoscible: la muerte.
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1. En su obra situada en Bom Jesus da Mata, en Pernambuco, Brasil habla sobre diversos temas, entre estos, la mortalidad infantil y la ausencia del duelo en madres que perdían a sus hijos recién nacidos (Scheper-Hughes, 1993).
Referencias
- Ariès, P. (2011) Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días. Barcelona, España: Acantilado.
- Bauman, Z. (1992). Mortality, Immortality and Other Life Strategies. Cambridge, Inglaterra: Polity Press.
- Chestov, L. (1938) Las revelaciones de la muerte. Guada Impresores: Valencia España.
- Elías, N. (1989). La soledad de los moribundos. México: Fondo de Cultura Económica.
- Gayol, S., Kessler, G. (2011) La muerte en las ciencias sociales: una aproximación. Persona y Sociedad. Vol. XXV. Universidad Alberto Hurtado: Chile
- Jankélévitch, V. (2009). La Mort (M. A. Lázaro, trad.). Valencia, España: Guada Impresores.
- Jay, R. & Olson, E. (1974). Symbolic immortality. Londres, Inglaterra: Wildwood House.
- Malinowski, B. (1948). Magia, ciencia y religión. Madrid, España: Planeta Agostini.
- Ministerio de Salud. (2020). Lineamientos técnicos para el manejo y disposición final de cadáveres de casos COVID-19 (3ª ed.) [protocolos técnicos]. San Salvador, El Salvador: Ministerio de Salud de El Salvador.
- Radcliffe-Brown, A. (1989). Estructuras y función en la sociedad primitiva. Barcelona, España: Península.
- Salas, N. (2020). El culto a los muertos: en busca del origen. Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana CENIEH. Adelantos.
- Scheper-Hughes, N. (1993). Death Without Weeping: The Violence of Everyday Life in Brazil. University of California Press.
- Van Gennep, A. (1960). The Rites of Passage. A Classic Study of Cultural celebrations. Illinois, Estados Unidos: University of Chicago Press.
* Jorge Molina, del Departamento de Psicología y Salud Pública. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 41.