La conexión casi natural entre política y mentira es milenaria. Sin espacio para realizar una reseña de la laberíntica relación entre ambas nociones, podemos afirmar que en nuestros días vivimos una nueva metamorfosis de la utilización de la mentira con propósitos políticos diversos (por ejemplo, desacreditar al opositor, inflar un presunto logro de gobierno, manipular la opinión pública, etcétera); maquillada dichas mentiras, eso sí, como verdades auténticas e inobjetables. Es a lo que llamamos posverdad o verdades alternativas. Muchos de nuestros actuales gobernantes en el poder imprimen este sello característico a su gestión. Nuevamente, de Donald Trump a Nayib Bukele, pasando por el mexicano Andrés Manuel López Obrador podemos citarlos como ejemplos extremos y cercanos de la perversa relación que en la actualidad se establece entre posverdad y política en nuestros países.
Sustentaré esta afirmación haciendo una breve referencia a viñetas periodísticas recientes. Hace un par de semanas, el rector de la UCA, Andreu Oliva, afirmó: "La mentira es una estrategia del Gobierno actual para hacer creer a la población cosas que no son verdad, eso ha sido en múltiples niveles", (La Prensa Gráfica, 25 de agosto, 2020, edición digital). Otro ejemplo es el del gobernante mexicano Andrés Manuel López Obrador quien gobierna haciendo ostentación de un excesivo, aunque sin duda eficaz, ejercicio diario de comunicación. Es un estilo de comunicación que dice mucho y hace poco, pero sobre todo muchísimo de lo que ahí se afirma son, en efecto, dichos sin comprobación posible, medias verdades o claramente mentiras duras y burdas. “Según SPIN, Taller de comunicación política, hasta el 15 de julio, en 409 (conferencias) mañaneras realizadas a esa fecha, había hecho 4 mil 827 promesas, 2 mil 598 compromisos y 20 mil 715 afirmaciones incomprobables. Además, había pronunciado mil 563 mentiras” (Guillermo Valdés Castellanos, “La evasión”, 2 de septiembre de 2020, Milenio Diario, edición digital). Respecto a Donald Trump, existen montañas de ejemplos de la utilización artera de mentiras para apuntalar su abusiva, y con frecuencia ilegal, forma de gobernar.
Ahora bien, ¿Cómo se puede definir este fenómeno de la posverdad? ¿Cómo se relaciona con el otro fenómeno de las noticias falsas o fake news? ¿Cuáles son sus rasgos característicos en el contexto del desarrollo tecnológico del presente? Empezaré por la definición. Según el Diccionario de Oxford, se entiende por posverdad lo “relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales” (https://verne.elpais.com/verne/2016/11/16/artículo/1479308638_931299.html).
De acuerdo con esta definición, la posverdad es un fenómeno de la actualidad política que se caracteriza por imponer estrategias argumentativas en el debate político basadas en el principio de que lo importante no es la verdad de los hechos o argumentos en disputa, sino simplemente ganar la discusión entre adversarios. Es decir, la verdad ha perdido importancia a tal grado que ya no constituye el ideal central del debate, sino que ha sido orillada a un lugar carente de relevancia e importancia. Por supuesto, una noticia falsa es eso, una afirmación que, aunque se presente como verdadera, es evidente y ostensiblemente una mentira. Sin embargo, se convierte en una posverdad cuando se le acepta como una verdad efectiva pues concuerda con los valores y emociones de quién la valida como tal. Volveré en el siguiente párrafo sobre la importancia de reivindicar las emociones frente a la razón argumentativa al exponer los aspectos novedosos sobre la posverdad. Antes haré una breve recapitulación de lo antiguo y permanente de este fenómeno político.
A través de las distintas épocas de la historia de la humanidad puede sostenerse que siempre hemos vivido rodeados de mentiras en el ámbito de la política (aunque no solo en este ámbito). Los actos de propaganda y desinformación no son nada nuevo. Siempre ha habido justificaciones para mentir en nombre de una verdad o causa superior. Pensemos como en el siglo XIX cada nación fue creando su propia mitología nacional u otros casos extremos y ahora ya bien conocidos y documentados, como la aplicación de los principios de la propaganda nazi o el funcionamiento de la maquinaria de propaganda soviética. Ni qué decir que no podemos obviar el desarrollo complejo y espectacular de la publicidad comercial, tan eficaz para seducirnos y persuadirnos a consumir a partir de, en efecto, noticias falsas y atractivas ficciones narrativas que integramos en nuestro ser, sin dejo de crítica alguna. Un dato que debemos aceptar, en consecuencia, es que las historias falsas que nos inundan tienen una ventaja intrínseca frente a la verdad cuando se trata de unir a las personas, especialmente en contextos de grandes problemas o desafíos sociales. Entonces, ¿Qué es lo novedoso de la posverdad?
Ya se ha dicho. La capacidad de negar los hechos que una realidad compleja ofrece frente a diversos problemas sociales. Tal negación se sustenta en la fuerza de las emociones y convicciones de la ciudadanía forjada bajo una determinada cultura política. Cabe, pues, enfatizar aquí cómo el desarrollo de la tecnología digital ocupa un lugar central en los sofisticados y eficaces mecanismos de manipulación de las emociones. Al parecer hemos sido víctimas de una atractiva promesa fallida: el acceso masivo a dicha tecnología haría más fuerte a nuestras democracias pues permitiría una participación directa en la política de las personas comunes y corrientes haciendo realidad el famoso dictum de poder del pueblo (demos/kratos). Tristemente, la verdad es la opuesta. La tecnología digital conduce a escenarios de vigilancia y control político que en el pasado estaban reservados a conocidas visiones distópicas. Lo cierto es que las redes sociales han permitido el reposicionamiento de la mentira en el espacio público. La posverdad es un abierto desafío a la democracia. Es sin duda alguna, un problema grave. Los políticos no deben tener licencia para mentir con malicia e impunidad. Este tema merece posteriores colaboraciones para continuar con su exploración y análisis.
* Ángel Sermeño Quezada, Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 14.